GENERACIÓN 50

jueves, 1 de mayo de 2014

Indice - Literatura

I. LA NARRATIVA DEL 50

La narrativa del 50 está conformada por un conjunto de escritores que tuvieron el mérito de registrar personajes y problemas que en ese momento se estaban generando en la capital por efecto de la modernización del país. Entre la problemática que registran estos autores, sobre todo en la narrativa, podemos mencionar la migración de las grandes masas de provincianos, la explosión demográfica de la capital y el surgimiento de las barriadas.

II. CARACTERÍSTICAS

1. Temática fundamentalmente urbana, tanto temas como personajes están referidos al mundo urbano, al mundo de la ciudad.
2. Privilegian la visión de las barriadas.
3. La ciudad es vista, según estos autores, como algo horrendo: "El Monstruo del millón de cabezas" (Congrains), "Una gigantesca mandíbula" (Ribeyro).
4. El personaje principal es el migrante provinciano.

III. EXPONENTES

1. Eleodoro Vargas Vicuña:
- "Ñahuin" (1953).
- "Taita Cristo" (1963)

2. Enrique Congrais Martin:
- "Lima, Hora Cero" (1954).
- "Kikuyo" (1955).
-"No una, sino muchas muertes".

3. Carlos Eduardo Zavaleta:
- "La Batalla y otros Cuentos" (1954)
- "Los Ingar" (1955)
- "El Cristo Villenas" (1955)

4. Sebastián Salazar Bondy:
- "Náufragos y sobrevivientes" (1954).
- "Pobre gente de París" (1958).

5. Julio Ramón Ribeyro:
- "Los Gallinazos sin plumas" (1955).
- "La Palabra del Mudo" (1955).

6. Luis Loayza:
- "El avaro" (1955).

7. Manuel Mejía Valera:
- "La evasión" (1954).


JULIO RAMÓN RIBEYRO
(1929 - 1994)
"El mejor cuentista peruano"

1. Perteneció a una familia acomodada. Estudió en el colegio Champagnat y luego en la Universidad Católica.
2. Viajó becado a Europa y allí, por voluntad propia, experimentó la condición de marginalidad, lo cual le permitió conocer cabalmente la visión del mundo de los seres desarraigados.
3. Fijó su residencia en París por más de treinta años. Sólo volvió definitivamente al Perú pocos años antes de su fallecimiento.
4. Su adicción al tabaco propició su muerte por cáncer pulmonar.
5. Poco antes de fallecer en 1994 fue galardonado con "El premio Juan Rulfo" de México, uno de los más importantes premios en lengua castellana.

OBRA

1. Temática urbana
2. Presenta el mundo oficial y el mundo marginal.
3. Linealidad en el relato.
4. Nos acerca al universo de las ciudades.
5. Frustración y angustia en sus personajes.

A. NOVELAS
* "Crónica de San Gabriel" (1960).
* "Los geniecillos dominicales" (1965).
* "Cambio de guardia" (1976).

B. CUENTOS
* "La palabra del mudo" (1955), (Agrupa todos sus cuentos en cuatro volúmenes)

C. OTRAS OBRAS
* "Prosas apátridas".
* "Solo para fumadores".

D. TEATRO
* "Santiago, el Pajarero".
* "Confusión en la prefectura".


LA PALABRA DEL MUDO

Obra compuesta por cuatro volúmenes que recoge todos los cuentos de Ribeyro publicados a partir de 1955.
Comprende los siguientes libros:

I. "Los gallinazos sin plumas" (1955).
II. "Cuentos de circunstancias" (1958).
III. "Las botellas y los hombres" (1964).
IV. "Tres historias sublevantes" (1964).
V. "Los cautivos" (1972).
VI. "El Próximo mes me nivelo" (1972).
VII. "Silvio en el rosedal" (1977).

¿Por qué La palabra del mudo?

"Porque en la mayoría de mis cuentos se expresan aquellos que en la vida están privados de la palabra, los marginados, los olvidados, los condenados a una existencia sin sintonía y sin voz. Yo les he restituido este hábito negado y les he permitido modular sus anhelos, sus arrebatos y sus angustias".
(De una carta del autor al editor, el 15 de febrero de 1973).

PRESENTACIÓN DE "LA PALABRA DEL MUDO"

Hace más de cuarenta años que publiqué mi primer cuento. Desde entonces debo haber escrito un centenar o más.
Es poco para el tiempo y el esfuerzo invertidos, mucho si nos atenemos a los criterios de selección y rigor. Lo cierto es que mi actividad de escritor está ligada a este género, que nunca he abandonado, poco favorecido por el público y por ello difícil de colocar en el mercado de la edición. Pero no se trata de esto al escribir, sino de darle forma a los cientos de situaciones, ideas, experiencias, personajes que me habitaban y que me hubieran hecho la vida diferente o insípida o quizás insoportable si no los hubiera sacado de mí. La creación literaria es en su origen una terapia que adopta luego la forma de un hábito para terminar por convertirse en un vicio.

A menudo me han preguntado qué cosa es para mi el cuento y cómo lo podría definir. A veces he dado respuestas ocasionales, pero a la postre no sé lo que es, aparte de un texto en prosa de extensión relativamente corta. En este texto puede entrar lo que sea. Hay tanta diferencia entre un cuento de Bocaccio y uno de Voltaire, de Maupassant, de Joyce, de Buzzati, de Borges, de Poe o de Rulfo. En un cuento uno puede relatar un recuerdo de la infancia, comunicar un sueño, llevar una idea hasta el absurdo, transcribir un diálago escuchado en un café, proponerle al lector un acertijo o resumir en una alegoría su visión del mundo.

Si escribir, como pienso, es una forma de conversar con el lector, en especial con el lector virtual de la mañana, ignoro si mañana encontraré interlocutores a quienes mis cuentos les digan algo y quieran dialogar conmigo, gracias al mecanismo –en tantos aspectos misteriosos - de la lectura.
Una última observación, esta vez acerca del título general de mis cuentos. He mantenido el de "La Palabra del Mudo", si bien sé que ya no corresponde enteramente a mi propósito original, que era darle voz a los olvidados, los excluidos los marginales, los privados de la posibilidad de expresarse. Y si lo he mantenido es porque dicho título ha cobrado para mí un nuevo significado. Quienes me conocen saben que soy un hombre parco, de pocas palabras, que sigue creyendo, con el apoyo de viejos autores, en las virtudes del silencio. El mudo en consecuencia, además de los personajes marginales de mis cuentos, soy yo mismo. Y eso quizá porque, desde otra perspectiva, yo sea también un marginal.


"Los Gallinazos sin Plumas"

Es un cuento publicado en 1955 y en el cual se plasma la miserable vida que le toca vivir al migrante provinciano. Tiene como tema central el desamparo de la niñez en el mundo urbano.

Don Santos, es un anciano cojo y sus dos nietos Efraín y Enrique, habitan el mismo corralón, junto a un cerdo (Pascual), al cual Efraín y Enrique tienen que alimentar a como dé lugar. Todo el cariño de Don Santos está dirigido al cerdo, en quien ve su futura fortuna, es por ello que obliga a los niños a trabajar aún estando enfermos. Ante los constantes aullidos del cerdo don Santos lanza al perro (Pedro) al chiquero.

Al regresar Enrique del muladar con los cubos llenos de comida se da cuenta que el perro está siendo devorado por el cerdo, indignado se acerca al abuelo y le golpea el rostro con una vara, el viejo retrocede y cae de espaldas en el chiquero. Poco después Enrique coge a su hermano Efraín y abandonan el lugar. "Desde el chiquero llegaba el rumor de una batalla".

IV. LÍRICA DE LA GENERACIÓN DEL 50

En el ámbito de la poesía lírica, en los años cincuenta aparece una cantidad inusitada de poetas valiosos. En términos generales, se suele hablar de dos vertientes temáticas que son la de los poetas puros (Javier Sologuren, Jorge Eduardo Eielson y Blanca Varela), que se preocupan fundamentalmente del virtuosismo expresivo y la innovación discursiva, y los poetas sociales o comprometidos (Wáshington Delgado, Alejandro Romualdo y Manuel Scorza), preocupados por hacer de la poesía un medio de denuncia social.

Sin embargo, esta dicotomía es más bien limitada, puesto que los poetas del cincuenta, están, en su generalidad, preocupados sobremanera por la innovación expresiva y eso no los limita a preocuparse en algún momento por cuestiones sociales y políticas. Indudablemente, estos poetas del cincuenta tienen como antecedentes directos en el Perú a Eguren y Vallejo.

De alguna u otra manera, los poetas del cincuenta son depositarios de los poetas de la vanguardia europea; en el caso del castellano, evidentemente son depositarios de los poetas de la Generación del 27 española, y cómo ellos abordan temas sociales como también muestran preocupación por el aspecto discursivo. Cabe mencionar además a poetas como Sebastián Salazar Bondy, Juan Gonzalo Rose y Pablo Guevara.

JORGE EDUARDO EIELSON (Lima, 1921)

1. De discurso audaz y renovador por su deleite en el retorcimiento de la forma.
2. Dedicado también a las artes plásticas, vuelca en lo posible, en algunos textos célebres como "El Poema en forma de pájaro", los Códigos Estéticos a la Poesía Cuasi Caligramática.
3. Explora el aspecto lúdico del lenguaje.

OBRA

* Reinos.
* Canción y muerte de Rolando.
* Mutatis Mutandis.

Parque para un hombre dormido

Cerebro de la noche, ojo dorado
de cascabel, que tiemblas en el pino, escuchad:
yo soy el que llora y escribe en el invierno.

Palomas y níveas gradas húndense en mi memoria
y, ante mi cabeza de sangre pensando,
Moradas de piedra abren sus plumas, estremecidas.
Aún caído, entre begonias de hielo adormecido,
muevo el hacha de la lluvia y blandos frutos
y hojas desveladas hiélanse a mi golpe;
amo mi cráneo así como a un balcón
doblado sobre un negro precipicio del Señor.

Labro los astros a mi lado oh hielo!
Y en la mesa de las tierras, el poema
que rueda entre los muertos y, encendido, los corona,
pues por todo va mi sombra tal la gloria
de hueso, cera y humus que me postra, majestuoso,
sobre el bello césped, en los dioses abrasado.

Amo, así, este cráneo mío, en su ceniza, como el mundo
en cuyos fríos parques la eternidad es el mismo
hombre de mármol que vela en una estatua
o que se tiende, oscuro y sin amor, sobre la yerba.


BLANCA VARELA (Lima, 1926)

1. Adherida al arte puro, ha cobrado especial interés en los últimos años noventa, aunque desde el principio de su generación ya destacaba no sólo como poeta mujer, lo cual no había sido muy común en su época, sino como poeta en sí misma.
2. Explora el circuito escondido que fluye del subconsciente a la razón.
3. Mitifica los pequeños detalles de la cotidianeidad en su poesía purista y revaloradora del surrealismo vanguardista.

OBRA

* "Ese puerto existe" (1959).
* "Luz de día" (1963).
* "Valses y otras falsas confesiones" (1972).


Del orden de las cosas

Hasta la desesperación requiere un cierto orden.
Si pongo un número contra un muro y lo ametrallo
soy un individuo responsable. Le he quitado un
elemento peligroso a la realidad. No me queda entonces
sino asumir lo que queda: el mundo con un número
menos.

El orden en materia de creación no es diferente.
Hay diversas posturas para encarar este problema,
pero todas la larga se equivalen. Me acuesto en una
cama o en el campo, al aire libre. Miro hacia arriba
y ya está la máquina funcionando. Un gran ideal o
una pequeña intuición van pendiente abajo. Su única
misión es conseguir llenar el cielo natural o el falso.

Primero se verán sombras y, con suerte, uno que
otro destello; presentimiento de luz, para llamarlo
con mayor propiedad. El color es ya asunto
de perseverancia y de conocimiento del oficio.

Poner en marcha una nebulosa no es difícil, lo
hace hasta un niño. El problema está en que no se
escape, en que entre nuevamente en el campo al primer
pitazo.

Hay quienes logran en un momento dado ponerlo
todo allí arriba o aquí abajo, pero ¿pueden conservarlo
allí? Ese es el problema.

Hay que saber perder con orden. Ese es el primer
paso. El abc. Se habrá logrado una postura sólida.
Piernas arriba o piernas abajo, lo importante, repito,
es que sea sólida, permanente.

Volviendo a la desesperación: una desesperación
auténtica no se consigue de la noche a la mañana. Hay
quienes necesitan toda una vida para obtenerla. No
hablemos de esa pequeña desesperación que se enciende
y apaga como una luciérnaga. Basta una luz más
fuerte, un ruido, un golpe de viento, para que retroceda y se desvanezca.
Y ya con esto hemos avanzado algo. Hemos aprendido
a perder conservando una postura sólida y creemos
en la eficacia de una desesperación permanente.

Recomencemos: estamos acostados bocarriba (en
realidad la posición perfecta para crear es la de un
ahogado semienterrado en la arena). Llamaremos cielo
a la nada, esa nada que ya hemos conseguido situar.
Pongamos allí la primera mancha. Contemplémosla
fijamente. Un pestañeo puede ser fatal. Este es un
acto intencional y directo, no cabe la duda. Si logramos
hacer girar la mancha convirtiéndola en un punto móvil
asunción del fracaso y fe. Este último elemento
es nuevo y definitivo.

Llaman a la puerta. No importa. No perdamos las
esperanzas. Es cierto que se borró el primer grumo,
se apagó la luz de arriba. Pero se debe contestar,
desesperadamente, conservando la posición correcta
(bocarriba, etc.) y llenos de fe: ¿quién es?

Con seguridad el intruso se habrá marchado sin
esperar nuestra voz. Así es siempre. No nos queda
sino volver a empezar en el orden señalado.

WÁSHINGTON DELGADO (Cusco, 1927)

1. Autor de una obra intelectual que ha hecho de la poesía un objeto de sus meditaciones.
2. Sobre todo en su primera fase poética presenta notorias influencias del poeta español de la Generación del 27, Pedro Salinas.
3. Aborda el tema de la alienación del hombre en un mundo en crisis y degenerado.
4. En su obra, conviven sin conflicto dos vertientes poéticas: la poesía crítica, de intención social, y la que canta los temas eternos de la vida, el amor, la belleza y la muerte.

OBRA

* "Formas de la ausencia" (1955).
* "Días del corazón" (1957).
* "Para vivir mañana" (1959).
* "Formas de la ausencia" (1965).
* "Tierra extranjera" (1968).
* "Destierro de por vida".

Los pensamientos puros

Señor rentista, señor funcionario,
señor terrateniente,
señor coronel de artillería,
el hombre es inmortal:
vosotros sois mortales.

Es curioso ver cómo la podredumbre
se adelanta a veces el cadáver.
Soportad vuestro olor, mostradlo
si queréis, poquito a poco.
Pero no habléis.
Señores, enseñad el trasero,
pero no lloréis nunca,
cierta decencia es necesaria
aún entre las bestias.

Pensad en el cielo, también,
en las alas blancas
y en la música de las arpas
dulcemente tocadas
por vuestras dulces manos.
Pensad en vuestros libros de lecturas, en las viudas tísicas
y abandonadas que ayudaréis con una trompeta de oro.
Pensad en vuestros billetes, en los veranos junto al mar,
En la mucama rubia, en el amante moreno, en los pobres
que besaréis en la otra vida, en las distancias
terrestres, en los cielos de almíbar.
Pensad en todo.
Vuestros días sobre la tierra no serán numerosos.


LECTURA

"EL BANQUETE" "CUENTO DE LA PALABRA DE MUDO", JULIO RAMÓN RIBEYRO

Con dos meses de anticipación, don Fernando Pasamano había preparado los pormenores de este magno suceso. En primer término, su residencia hubo de sufrir una transformación general. Como se trataba de un caserón antiguo, fue necesario echar abajo algunos muros, agranda las ventanas, cambiar la madera de los pisos y pintar de nuevo todas las paredes.

Esta reforma trajo consigo otras y (cómo esas personas que cuando se compran un par de zapatos juzgan que es necesario estrenarlos con calcetines nuevos y luego con una camisa nueva y luego con un terno nuevo y así sucesivamente hasta llegar al calzoncillo nuevo) don Fernando se vio obligado a renovar todo el mobiliario, desde las consolas del salón hasta el último banco de la repostería. Luego vinieron las alfombras, las lámparas, las cortinas y los cuadros para cubrir esas paredes que desde que estaban limpias parecían más grandes. Finalmente, como dentro del programa estaba previsto un concierto en el jardín, fue necesario construir un jardín. En quince días, una cuadrilla de jardineros japoneses edificaron, en lo que antes era una especie de huerta salvaje, un maravilloso jardín rococó donde había cipreses tallados, caminitos sin salida, laguna de peces rojos, una gruta para las divinidades y un puente rústico de madera, que cruzaba sobre un torrente imaginario.

Lo más grande, sin embargo, fue la confección del menú. Don Fernando y su mujer, como la mayoría de la gente proveniente del interior, sólo habían asistido en su vida a comilonas provinciales en las cuales se mezcla la chicha con el whisky y se termina devorando los cuyes con la mano. Por esta razón sus ideas acerca de lo que debía servirse en un banquete al presidente, eran confusas. La parentela, convocada a un consejo especial, no hizo sino aumentar el desconcierto. Al fin, don Fernando decidió hacer un a encuesta en los principales hoteles y restaurantes de la ciudad y así puedo enterarse que existían manjares presidenciales y vinos preciosos que fue necesario encargar por avión a las viñas del mediodía.
Cuando todos estos detalles quedaron ultimados, don Fernando constató con cierta angustia que en ese banquete, el cual asistirían ciento cincuenta personas, cuarenta mozos de servicio, dos orquestas, un cuerpo de ballet y un operador de cine, había invertido toda su fortuna. Pero, al fin de cuentas, todo dispendio le parecía pequeño para los enormes beneficios que obtendría de esta recepción.

–Con una embajada en Europa y un ferrocarril a mis tierras de la montaña rehacemos nuestra fortuna en menos de lo que canta un gallo (decía a su mujer). Yo no pido más. Soy un hombre modesto.

–Falta saber si el presidente vendrá (replicaba su mujer).
En efecto, había omitido hasta el momento hacer efectiva su invitación.
Le bastaba saber que era pariente del presidente (con uno de esos parentescos serranos tan vagos como indemostrables y que, por lo general, nunca se esclarecen por el temor de encontrar adulterino) para estar plenamente seguro que aceptaría.
Sin embargo, para mayor seguridad, aprovechó su primera visita a palacio para conducir al presidente a un rincón y comunicarle humildemente su proyecto.

–Encantado (le contestó el presidente). Me parece una magnifica idea.
Pero por el momento me encuentro muy ocupado. Le confirmaré por escrito mi aceptación.
Don Fernando se puso a esperar la confirmación. Para combatir su impaciencia, ordenó algunas reformas complementarias que le dieron a su mansión un aspecto de un palacio afectado para alguna solemne mascarada. Su última idea fue ordenar la ejecución de un retrato del presidente (que un pintor copió de una fotografía) y que él hizo colocar en la parte más visible de su salón.

Al cabo de cuatro semanas, la confirmación llegó. Don Fernando, quien empezaba a inquietarse por la tardanza, tuvo la más grande alegría de su vida.

Aquel fue un día de fiesta, salió con su mujer al balcón par contemplar su jardín iluminado y cerrar con un sueño bucólico esa memorable jornada. El paisaje, si embargo, parecía haber perdido sus propiedades sensible pues donde quería que pusiera los ojos, don Fernando se veía así mismo, se veía en chaqué, en tarro, fumando puros, con una decoración de fondo donde (como en ciertos afiches turísticos) se confundían lo monumentos de las cuatro ciudades más importantes de Europa.
Más lejos, en un ángulo de su quimera, veía un ferrocarril regresando de la floresta con su vagones cargados de oro. Y por todo sitio, movediza y transparente como una alegoría de la sensualidad, veía una figura femenina que tenía las piernas de un cocote, el sombrero de una marquesa, los ojos de un tahitiana y absolutamente nada de su mujer.

El día del banquete, los primeros en llegar fueron los soplones. Desde las cinco de la tarde estaban apostados en la esquina, esforzándose por guardar un incógnito que traicionaban sus sombreros, sus modales exageradamente distraídos y sobre todo ese terrible aire de delincuencia que adquieren a menudo los investigadores, los agentes secretos y en general todos los que desempeñan oficios clandestinos.
Luego fueron llegando los automóviles. De su interior descendían ministros, parlamentarios, diplomáticos, hombre de negocios, hombre inteligentes. Un portero les abría la verja, un ujier los anunciaba, un valet recibía sus prendas y don Fernando, en medio del vestíbulo, les estrechaba la mano, murmurando frases corteses y conmovidas.

Cuando todos los burgueses del vecindario se habían arremolinado delante de la mansión y la gente de los conventillos se hacía una fiesta de fasto tan inesperado, llegó el presidente. Escoltado por sus edecanes, penetró en la casa y don Fernando, olvidándose de las reglas de la etiqueta, movido por un impulso de compadre, se le echó en los brazos con tanta simpatía que le dañó una de sus charreteras.

Repartidos por los salones, los pasillos, la terraza y el jardín, los invitados se bebieron discretamente, entre chistes y epigramas, los cuarenta cajones de whisky. Luego se acomodaron en las mesas que les estaban reservadas (lo más grande, decorada con orquídeas, fue ocupada por el presidente y los hombre ejemplares) y se comenzó a comer y a charlar ruidosamente mientras la orquesta, en un ángulo del salón, trataba de imponer inútilmente un aire vienés.

A mitad del banquete, cuando los vinos blancos del Rhin habían sido honrados y los tintos del Mediterráneo comenzaban a llenar las copas, se inició la ronda de discursos. La llegada del faisán los interrumpió y solo al final, servido el champán, regresó la elocuencia y los panegíricos se prolongaron hasta el café, para ahogarse definitivamente en las copas del coñac.
Don Fernando, mientras tanto, veía con inquietud que el banquete, pleno de salud ya, seguía sus propias leyes, sin que él hubiera tenido ocasión de hacerle al presidente sus confidencias. A pesar de haberse sentado, contra las reglas del protocolo, a la izquierda del agasajado, no encontraba el instante propicio para hacer una aparte. Para colmo, terminado el servicio, los comensales se levantaron para formar grupos amodorrados y digestónicos y él, en su papel de anfitrión, se vio obligado a correr de grupos en grupo para reanimarlos con copas de mentas, palmaditas, puros y paradojas.

Al fin, cerca de medianoche, cuando ya el ministro de gobierno, ebrio, se había visto forzado a una aparatosa retirada, don Fernando logró conducir al presidente a la salida de música y allí, sentados en uno de esos canapés, que en la corte de Versalles servían para declararse a una princesa o para desbaratar una coalición, le deslizó al oído su modesta.

- Pero no faltaba más (replicó el presidente). Justamente queda vacante en estos días la embajada de Roma. Mañana, en consejo de ministros, propondré su nombramiento, es decir, lo impondré. Y en lo que se refiere al ferrocarril sé que hay en diputados una comisión que hace meses discute ese proyecto. Pasado mañana citaré a mi despacho a todos sus miembros y a usted también, para que resuelvan el asunto en la forma que más convenga.

Una hora después el presidente se retiraba, luego de haber reiterado sus promesas. Lo siguieron sus ministros, el congreso, etc, en el orden preestablecido por los usos y costumbres. A las dos de la mañana quedaban todavía merodeando por el bar algunos cortesanos que no ostentaban ningún título y que esperaban aún el descorchamiento de alguna botella o la ocasión de llevarse a hurtadillas un cenicero de plata. Solamente a las tres de la mañana quedaron solos don Fernando y su mujer.
Cambiando impresiones, haciendo auspiciosos proyectos, permanecieron hasta el alba entre los despojos de su inmenso festín. Por último se fueron a dormir con el convencimiento de que nunca caballero limeño había tirado con más gloria su casa por la ventana ni arriesgado su fortuna con tanta sagacidad.

A las doce del día, don Fernando fue despertado por los gritos de su mujer. Al abrir los ojos le vio penetrar en el dormitorio con un periódico abierto entre las manos. Arrebatándoselo, leyó los titulares y, sin proferir una exclamación, se desvaneció sobre la cama. En la madrugada, aprovechándose de la recepción, un ministro había dado un golpe de estado y el presidente había sido obligado a dimitir.


DOBLAJE
Julio Ramón Ribeyro

En aquella época vivía en un pequeño hotel cerca de Charing Cross y pasaba los días pintando y leyendo libros de ocultismo. En realidad, siempre he sido aficionado a las ciencias ocultas, quizá porque mi padre estuvo muchos años en la India y trajo de las orillas del Ganges, aparte de un paludismo feroz, una colección completa de tratados de esoterismo. En uno de estos libros leí una frase que despertó mi curiosidad. No se si sería un proverbio o un aforismo, pero de todos modos era una fórmula cerrada que no he podido olvidad: “Todos tenemos un doble que vive en las antípodas. Pero encontrarlo es muy difícil porque los dobles tienden a efectuar el movimiento contrario”.

Si la frase me interesó fue porque siempre había vivido atormentado por la idea del doble. Al respecto, había tenido solamente una experiencia y fue cuando al subir a un ómnibus tuve la desgracia de sentarme frente a un individuo extremadamente parecido a mí. Durante un raro permanecimos mirándonos con curiosidad hasta que al fin me sentí incómodo y tuve que bajarme varios paraderos antes de mi lugar de destino. Si bien este encuentro no volvió a repetirse, en mi espíritu se abrió un misterioso registro y el tema del doble de convirtió en una de mis especulaciones favoritas.

Pensaba, en efecto, que dados los millones de seres que pueblan el globo, no sería raro que por un simple cálculo de probabilidades algunos rasgos tuvieran que repetirse. Después de todo, con una nariz, una boca, un par de ojos y algunos otros detalles complementarios no se puede hacer un número infinito de combinaciones. El caso de los “sosías” venía, en cierta forma, a corroborar mi teoría. En esa época, estaba de moda que los hombres de estado o los artistas de cine contrataran a personas parecidas a ellas para hacerlas correr todos los riesgos de la celebridad. Este caso, sin embargo, no me dejaba enteramente satisfecho. La idea que yo tenía de los dobles era más ambiciosa, yo pensaba que a la identidad de los   rasgos debería corresponder identidad de temperamento y a la identidad de temperamento– ¿por qué no?– identidad de destino. Los pocos “sosías” que tuve la oportunidad de ver, unían a una vaga semejanza física – completada muchas veces con la ayuda del maquillaje– una ausencia absoluta de correspondencia espiritual. Por lo general los “sosias” de los grandes financistas eran hombres humildes que siempre habían sido aplazados en matemáticas. Decididamente, el doblaje constituía para mí un fenómeno más completo, más apasionante. La lectura del texto que vengo de citar contribuyó no solamente a confirmar mi idea sino a enriquecer mis conjeturas. A veces, pensaba que en otro país, en otro continente, en las antípodas, en suma, había un ser exactamente igual a mí, que cumplía mis actos, tenía mis defectos, mis pasiones, mis sueños, mis manías, y esta idea me entretenía al mismo tiempo que me irritaba.

Con el tiempo la idea del doble se me hizo obsesiva. Durante muchas semanas no pude trabajar y no hacía otra cosa que repetirme esa extraña fórmula esperando quizá que, por algún sortilegio, mi doble fuera a surgir del seno de la tierra.
Pronto me di cuenta que me atormentaba inútilmente, que si bien esas líneas planteaban un enigma, proponían también la solución: viajar a las antípodas.

Al comienzo rechacé la idea del viaje. En aquella época tenía muchos trabajos pendientes. Acababa de empezar una madona y había recibido, además, una propuesta para decorar un teatro. No obstante, al pasar un día por una tienda de Soho, vi un hermoso hemisferio exhibiéndose en una vitrina. En el acto lo compré y esa misma noche lo estudié minuciosamente. Para gran sorpresa mía, comprobé que en las antípodas de Londres estaba la ciudad australiana de Sydney. El hecho que esta ciudad perteneciera al “Commonwealth” me pareció un magnífico augurio. Recordé, asimismo, que tenían una tía lejana en Melbourne, a quien aprovecharía para visitar. Muchas otras razones igualmente descabelladas fueron surgiendo –una insólita pasión por las cabras australianas– pero lo cierto es que a los tres días, sin decirla nada a mi hotelero, para evitar sus preguntas indiscretas, tomé el avión con destino a Sydney.

No bien había aterrizado cuando me di cuenta de lo absurda que había sido mi determinación. En el trayecto había vuelto a la realidad, sentía la vergüenza de mis quimeras y estuve tentado de tomar el mismo avión de regreso. Para colmo, me enteré que mi tía de Melbourne hacía años que había muerto. Luego de un largo debate decidí que al cabo de un viaje tan fatigoso bien valía la pena de quedarse unos días a reposar. Estuve en realidad siete semanas. Para empezar, diré que la ciudad era bastante grande, mucho más de lo que había previsto, de modo que en el acto renuncié a ponerme a la persecución de mi supuesto doble. Además ¿cómo haría para encontrarlo? Era en verdad ridículo detener a cada transeúnte en la calle a preguntarle si conocía a una persona igual a mí. Me tomarían por loco. A pesar de esto, confieso que cada vez que me enfrentaba a una multitud, fuera a la salida de un teatro o en un parque público, no dejaba de sentir cierta inquietud y contra mi voluntad examinaba cuidadosamente los rostros. En una ocasión, estuve siguiendo durante una hora, presa de una angustia feroz, a un sujeto de mi estatura y mi manera de caminar. Lo que desesperaba era la obstinación con que se negaba a volver el semblante. Al fin, no pude más y le pasé la voz. Al volverse, me enseñó una fisonomía pálida, inofensiva, salpicada de pecas, que ¿por qué no decirlo? Me devolvió la tranquilidad. Si permanecí en Sydney el monstruosos tiempo de siete semanas no fue seguramente por llevar adelante estas pesquisas sino por razones de otra índole: porque me enamoré. Cosa rara en un hombre que ha pasado los treinta años, sobre todo un inglés que se dedica al ocultismo.

Mi enamoramiento fue fulminante. La chica se llamaba Winnie y trabajaba en un restaurante. Sin lugar a dudas, ésta fue mi experiencia más interesante en Sydney. Ella también pareció sentir por mí una atracción casi instantánea, lo que me extrañó, pues yo siempre he tenido poca fortuna con las mujeres, desde un comienzo aceptó mis galanterías y a los pocos días salimos juntos a pasear por la ciudad. Inútil describir a Winnie; sólo diré que su carácter era un poco excéntrico. A veces me trataba con enorme familiaridad; otras, en cambio, se desconcertaba ante algunos de mis gestos o de mis palabras, cosa que lejos de enojarme, me encantaba. Decidido a cultivar esta relación con mayor comodidad, resolví abandonar el hotel y, hablando por teléfono con una agencia, conseguí una casita amoblada en las afueras de la ciudad.

No puedo evitar un poderoso movimiento de romanticismo al evocar esa pequeña villa. Su tranquilidad, el gusto con que estaba decorada, me cautivaron desde el primero momento. Me sentía como en mi propio hogar. Las paredes estaban decoradas con una maravillosa colección de mariposas amarillas, por las que yo cobré una repentina afición.
Pasaba los días pensando en Winnie y persiguiendo por el jardín a los bellísimos lepidópteros. Hubo un momento en que decidí instalarme allí en forma definitiva y ya estaba dispuesto a adquirir mis materiales de pintura, cuando ocurrió un accidente singular, quizá explicable, pero el cual yo me obstiné en darle una significación exagerada.

Fue un sábado en que Winnie, luego de ofrecerme una tenaz resistencia, resolvió pasar el fin de semana en mi casa. La tarde transcurrió animadamente, con sus habituales remansos de ternura. Hacia el anochecer, algo en la conducta de Winnie comenzó a inquietarme. Al principio yo no supe qué era y en vano estudié su fisonomía, tratando de descubrir alguna mudanza que explicara mi malestar. Pronto, sin embargo, me di cuenta que lo que me incomodaba era la familiaridad con que Winnie se desplazaba por la casa. En varias ocasiones se había dirigido sin vacilar hacia el conmutador de la luz. ¿serían celos? Al principio fue una especia de cólera sombría. Yo sentía verdadera afección por Winnie y si nunca le había preguntado por su pasado fue porque ya me había forjado planes para su porvenir. La posibilidad que hubiera estado con otro hombre no me lastimaba tanto como que aquello hubiera ocurrido en mi propia casa. Presa de angustia, decidí comprobar esta sospecha. Yo recordaba que curioseando un día por es desván. Había descubierto una vieja lámpara de petróleo. De inmediato protesté un paseo por el jardín.

–Pero no tenemos con qué alumbrarnos –murmuré.
Winnie se levantó y quedó un momento indecisa en medio de la habitación. Luego la vi dirigirse hacia la escalera y subir resueltamente sus peldaños. Cinco minutos después apareció con la lámpara encendida.

La escena siguiente fue tan violenta, tan penosa, que me resulta difícil revivirla. Lo cierto es que monté en cólera, perdí mi sangre fría y me conduje de una manera brutal. De un golpe derribé la lámpara, con riesgo de provocar un incendio, y precipitándome sobre Winnie, traté de arrancarle a viva fuerza una imaginaria confesión. Torciéndole las muñecas, le pregunté con quién y cuándo había estado en otra ocasión en esa casa. Sólo recuerdo su rostro increíblemente pálido, sus ojos desorbitados, mirándome como a un enloquecido. Su turbación le impedía pronunciar palabra, lo que no hacía sino redoblar mi furor. Al final, terminé insultándola y ordenándole que se retirara del lugar. Winnie recogió su abrigo y atravesó a la carrera el umbral.

Durante toda la noche no hice otra cosa que recriminarme mi conducta. Nunca creí que fuera tan fácilmente excitable y en parte atribuía esto a mi poca experiencia con las mujeres. Los actos que en Winnie me habían sublevado me parecían, a la luz de la reflexión, completamente normales. Todas esas casas de campo se parecen unas a otras y los más natural era que en una casa de campo hubiera una lámpara y que ésta lámpara se encontrara en el desván. Mi explosión había sido infundada, peor aún, de mal gusto. Buscara a Winnie y presentarle mis excusas me pareció la única decisión decente. Fue inútil; jamás pude entrevistarme con ella. Se había ausentado del restaurante y cuando fui a buscarla a su casa, se negó a recibirme. A fuerza de insistir salió un día su madre y me dijo de mala manera que Winnie no quería saber nada absolutamente nada con locos.

¿Con locos? No hay nada que aterrorice más a un inglés que un apóstrofe de loco. Estuve tres días en la casa de campo tratando de ordenar mis sentimientos. Luego de una paciente reflexión, comencé a darme cuenta que toda esa historia era trivial, ridícula, despreciable. El origen mismo de mi viaje a Sydney era disparatado. ¿Un doble? ¡Qué insensatez¡ ¿Qué hacía yo allí?, perdido, angustiado, pensando en una mujer excéntrica a la que quizá no amaba, dilapidando mi tiempo, coleccionando mariposas amarillas? ¿Cómo podía haber abandonado mis pinceles, mi té, mi pipa, mis paseos por Hyde Park, mi adorable bruma del Támesis? Mi cordura renació; en un abrir y cerrar de ojos hice mi equipaje, y al día siguiente estaba retornando a Londres.

Llegué entrada la noche y del aeródromo fui directamente a mi hotel. Estaba realmente fatigado, con unos enormes deseos de dormir y de recuperar energías para mis trabajos pendientes. ¡Qué alegría sentirme nuevamente en mi habitación¡ Por momentos me parecía que nunca me había movido de allí. Largo rato permanecí apoltronado en mi sillón, saboreando el placer de encontrarme nuevamente entre mis cosas. Mi mirada recorría cada uno de mis objetos familiares y los acariciaba con gratitud. Partir es una gran cosa, me decía, pero lo maravilloso es regresar.

¿Qué fue lo que de pronto me llamó la atención? Todo esta en orden, tal como lo dejara. Sin embargo, comencé a sentir una viva molestia. En vano traté de indagar la causa. Levantándome inspeccioné los cuatro rincones de mi habitación.
No había nada extraño pero se sentía, se olfateaba una presencia, un rastro a punto de desvanecerse...

Unos golpes sonaron en la puerta. Al entreabrirla, el botones asomó la cabeza.
Lo han llamado del “Mandrake Club”. Dicen que ayer ha olvidado usted el paraguas en el bar. ¿Quiere que se lo envíen o pasará a recogerlo?

Que lo envíen –respondía maquinalmente.
En el acto me di cuenta de lo absurdo de mi respuesta. El día anterior yo estaba volando probablemente sobre Singapur. Al mirar mis pinceles sentí un estremecimiento. Estaban frescos de pintura. Precipitándome hacia el caballete, desgarré la funda: la madona que dejara en bosquejo estaba terminada con la destreza de un maestro y su rostro, cosa extraña, su rostro era de Winnie.

Abatido caí en mi sillón. Alrededor de la lámpara revoloteaba una mariposa amarilla.

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