Capítulo XXV: De la vid, y del primero que metió uvas en el Cozco.
De la planta de Noé dan la honra a Francisco de Caravantes, antiguo conquistador, de los primeros del Perú, natural de Toledo, hombre noble. Este caballero, viendo la tierra con algún asiento y quietud, envió a España por planta, y el que vino por ella, por llevarla más fresca, la llevó de las islas Canarias, de uva prieta, y así salió casi toda la uva tinta, y el vino es todo aloque, no del todo tinto; y aunque han llevado ya otras muchas plantas, hasta la moscatel, mas con toda eso aún no hay vino blanco.
Por otro tanto como este caballero hizo en el Perú, adoraron los gentiles por dios al famoso Baco, y a él se lo han agradecido poco o nada; los indios, aunque ya por este tiempo vale barato el vino, lo apetecen poco, porque se contenían con su antiguo brebaje, hecho de zara y agua. Juntamente con lo dicho oí en el Perú, a un caballero fidedigno, que un español curioso había hecho almácigo de pasas llevadas de España, y que, prevaleciendo algunos granillos de las pasas, nacieron sarmientos; empero tan delicados, que fue menester conservarlos en el almácigo tres o cuatro años, hasta que tuvieron vigor para ser plantados, y que las pasas acertaron a ser de uvas prietas, y que por eso salía todo el vino del Perú tinto o aloque, porque no es del todo prieto, como el tinto de España. Pudo ser que hubiese sido lo uno y lo otro; porque las ansias que los españoles tuvieron por ver cosas de su tierra en las Indias han sido tan vascosas y eficaces, que ningún trabajo ni peligro se les ha hecho grande para dejar de intentar el efecto de su deseo.
El primero que metió uvas de su cosecha en la ciudad del Cozco fue el capitán Bartolomé de Terrazas, de los primeros conquistadores del Perú y uno de los que pasaron a Chili con el Adelantado Don Diego de Almagro. Este caballero conocí yo: fue nobilísimo de condición, magnífico, liberal, con las demás virtudes naturales de caballero. Plantó una viña en su repartimiento de indios, llamado Achanquillo, en la provincia de Contisuyu, de donde año de mil y quinientos y cincuenta y cinco, por mostrar el fruto de sus manos y la liberalidad de su ánimo, envió treinta indios cargados de muy hermosas uvas a Garcilaso de la Vega, mi señor, su íntimo amigo, con orden que diese su parte a cada uno de los caballeros de aquella ciudad, para que todos gozasen del fruto de su trabajo. Fue gran regalo, por ser fruta nueva de España, y la magnificencia no menor, porque si se hubieran de vender las uvas, se hicieran de ellas más de cuatro o cinco mil ducados. Yo gocé buena parte de las uvas, porque mi padre me eligió por embajador del capitán Bartolomé de Terrazas, y con dos pajecillos indios llevé a cada casa principal dos fuentes de ellas.
De la planta de Noé dan la honra a Francisco de Caravantes, antiguo conquistador, de los primeros del Perú, natural de Toledo, hombre noble. Este caballero, viendo la tierra con algún asiento y quietud, envió a España por planta, y el que vino por ella, por llevarla más fresca, la llevó de las islas Canarias, de uva prieta, y así salió casi toda la uva tinta, y el vino es todo aloque, no del todo tinto; y aunque han llevado ya otras muchas plantas, hasta la moscatel, mas con toda eso aún no hay vino blanco.
Por otro tanto como este caballero hizo en el Perú, adoraron los gentiles por dios al famoso Baco, y a él se lo han agradecido poco o nada; los indios, aunque ya por este tiempo vale barato el vino, lo apetecen poco, porque se contenían con su antiguo brebaje, hecho de zara y agua. Juntamente con lo dicho oí en el Perú, a un caballero fidedigno, que un español curioso había hecho almácigo de pasas llevadas de España, y que, prevaleciendo algunos granillos de las pasas, nacieron sarmientos; empero tan delicados, que fue menester conservarlos en el almácigo tres o cuatro años, hasta que tuvieron vigor para ser plantados, y que las pasas acertaron a ser de uvas prietas, y que por eso salía todo el vino del Perú tinto o aloque, porque no es del todo prieto, como el tinto de España. Pudo ser que hubiese sido lo uno y lo otro; porque las ansias que los españoles tuvieron por ver cosas de su tierra en las Indias han sido tan vascosas y eficaces, que ningún trabajo ni peligro se les ha hecho grande para dejar de intentar el efecto de su deseo.
El primero que metió uvas de su cosecha en la ciudad del Cozco fue el capitán Bartolomé de Terrazas, de los primeros conquistadores del Perú y uno de los que pasaron a Chili con el Adelantado Don Diego de Almagro. Este caballero conocí yo: fue nobilísimo de condición, magnífico, liberal, con las demás virtudes naturales de caballero. Plantó una viña en su repartimiento de indios, llamado Achanquillo, en la provincia de Contisuyu, de donde año de mil y quinientos y cincuenta y cinco, por mostrar el fruto de sus manos y la liberalidad de su ánimo, envió treinta indios cargados de muy hermosas uvas a Garcilaso de la Vega, mi señor, su íntimo amigo, con orden que diese su parte a cada uno de los caballeros de aquella ciudad, para que todos gozasen del fruto de su trabajo. Fue gran regalo, por ser fruta nueva de España, y la magnificencia no menor, porque si se hubieran de vender las uvas, se hicieran de ellas más de cuatro o cinco mil ducados. Yo gocé buena parte de las uvas, porque mi padre me eligió por embajador del capitán Bartolomé de Terrazas, y con dos pajecillos indios llevé a cada casa principal dos fuentes de ellas.
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