Capítulo XXXI: Requieren a Cuismancu; su respuesta y capitulaciones.
El gran señor Cuismancu estaba apercibido de guerra, porque, como la hubiese visto en su vecindad, temiendo que los Incas habían de ir sobre sus tierras, se había apercibido para las defender. Y así, rodeado de sus capitanes, y soldados, oyó los mensajeros del Inca y respondió diciendo que no tenían sus vasallos necesidad de otro señor, que para ellos y sus tierras bastaba él solo, y que las Leyes y costumbres que guardaban eran las que sus antepasados les habían dejado; que se hallaban bien con ellas; que no tenían necesidad de otras leyes, y que no querían repudiar sus dioses, que eran muy principales, porque entre otros adoraban al Pachacámac, que, según habían oído decir, era el hacedor y sustentador del universo; que si era verdad, de fuerza había de ser mayor dios que el Sol, y que le tenían hecho templo donde le ofrecían todo lo mejor que tenían, hasta sacrificarle hombres, mujeres y niños por más le honrar, y que era tanta la veneración que le tenían, que no osaban mirarle, y así los sacerdotes y el Rey entraba[n] en su templo a le adorar, las espaldas al ídolo, y también al salir, para quitar la ocasión de alzar los ojos a él, y que también adoraban al Rímac, que era un dios que les hablaba y daba las respuestas que le pedían y les decía cosas por venir. Y asimismo adoraban la zorra, por su cautela y astucia, y que al Sol no le habían oído hablar ni sabían que hablase como su dios Rímac; y que también adoraban la Mamacocha, que era la mar, porque los mantenía con su pescado; que les bastaban los dioses que tenían; que no querían otros, y al Sol menos, porque no había menester más calor del que su tierra les daba; que suplicaban al Inca o le requerían los dejase libres, pues no tenían necesidad de su imperio.
Los Incas holgaron mucho saber que los yuncas tuviesen en tanta veneración al Pachacámac, que ellos adorasen interiormente por sumo dios. Por lo cual propusieron de no les hacer guerra, sino reducirlos por bien, con buenas razones, halagos y promesas, dejando las armas por último remedio, para cuando los regalos no aprovechasen.
Con esta determinación fueron los Incas al valle de Pachacámac. El Rey Cuismancu salió con una muy buena banda de gente, a defender su tierra. El general Cápac Yupanqui le envió a decir que tuviese por bien que no peleasen hasta que hubiesen hablado más largo acerca de sus dioses; porque le hacía saber que los Incas, demás de adorar al Sol, adoraban también al Pachacámac, y que no le hacían templos ni ofrecían sacrificios por no le haber visto ni conocerle ni saber qué cosa fuese. Pero que interiormente, en su corazón, le acataban y tenían en suma veneración, tanto que no osaban tomar su nombre en la boca sino con grandísima adoración y humildad, y que, pues los unos y los otros adoraban a un mismo Dios, no era razón que riñesen ni tuviesen guerra, sino que fuesen amigos y hermanos. Y que los Reyes Incas, demás de adorar al Pachacámac y tenerle por hacedor y sustentador del universo, tendrían de allí adelante por oráculo y cosa sagrada al Rímac, que los yuncas adoraban, y que pues los Incas se ofrecían a venerar su ídolo Rímac, que los yuncas, en correspondencia, por vía de hermandad, adorasen y tuviesen por dios al Sol, pues por sus beneficios, hermosura y resplandor, merecía ser adorado, y no la zorra ni otros animales de la tierra ni de la mar. Y que también, por vía de paz y amistad, les pedía que obedeciesen al Inca, su hermano y señor, porque era hijo del Sol, tenido por dios en la tierra. El cual, por su justicia, piedad, clemencia y mansedumbre, y por sus leyes y gobierno tan suave, era amado y querido de tantas naciones, y que muchas de ellas, por las buenas nuevas que de sus virtudes y majestad habían oído, se habían venido a sujetársele de su grado y voluntad, y que no era razón que ellos, viniendo el Inca a buscarles a sus tierras para hacerles bien, lo repudiasen. Que les encargaba mirasen todas estas cosas desapasionadamente y acudiesen a lo que la razón les dictaba, y no permitiesen hacer por fuerza, perdiendo la gracia del Inca, lo que al presente podían hacer con mucho aplauso de Su Majestad, a cuyo poder y fuerza de armas no había resistencia en la tierra.
El Rey Cuismancu y los suyos oyeron los partidos del Inca, y habiendo asentado treguas, dieron y tomaron, acerca de ellos muchos días; al fin de ellos, por la buena maña e industria de los Incas, concluyeron las paces, con las condiciones siguientes:
Que adorasen los yuncas al Sol, como los Incas. Que le hiciesen templo aparte, como al Pachacámac, donde le sacrificasen y ofreciesen sus dones, con que no fuesen de sangre humana, porque era contra ley natural matar un hombre a otro para ofrecerlo en sacrificio, lo cual se quitase totalmente. Que echasen los ídolos que había en el templo de Pachacámac, porque, siendo el hacedor y sustentador del universo, no era decente que ídolos de menos majestad estuviesen en su templo y altar, y que al Pachacámac le adorasen en el corazón y no le pusiesen estatua alguna porque, no habiendo dejado verse, no sabían qué figura tenía, y así no podían ponerle retrato como al Sol. Que para mayor ornato y grandeza del valle Pachacámac, se fundase en él casa de las vírgenes escogidas; que eran dos cosas muy estimadas de las provincias que las alcanzaban a tener, esto es, la casa del Sol y la de las vírgenes, porque en ellas semejaban al Cozco, y era lo más preciado que aquella ciudad tenía. Que el Rey Cuismancu se quedase en su señorío, como todos los demás curacas, teniendo al Inca por supremo señor; guardase y obedeciese sus leyes y costumbres. Y que los Incas tuviesen mucha estima y veneración al oráculo Rímac y mandasen a todos sus reinos hiciesen lo mismo.
Con las condiciones referidas, se asentaron las paces entre el general Cápac Yupanqui y el Rey Cuismancu, al cual se le dio noticia de las leyes y costumbres que el Inca mandaba guardar. Las cuales aceptó con mucha prontitud, porque le parecieron justas y honestas, y lo mismo las ordenanzas de los tributos que habían de pertenecer al Sol y al Inca. Las cuales cosas asentadas y puestas en orden, y dejados los ministros necesarios y la gente de guarnición para seguridad de todo lo ganado, le pareció al Inca Cápac Yupanqui volverse al Cozco, juntamente con el príncipe su sobrino, a dar cuenta al Inca su hermano de todo lo sucedido con los yuncas en sus dos conquistas, y llevar consigo al Rey Cuismancu para que el Inca le conociese e hiciese merced de su mano, porque era amigo confederado y no rendido. Y Cuismancu holgó mucho de ir a besar las manos al Inca y ver la corte y aquella famosa ciudad del Cozco.
El Inca Pachacútec, que a los principios de aquella jornada había quedado en la provincia Rucana, habiendo sabido lo bien que a su hermano le iba en la conquista de aquellas provincias de los llanos, se había vuelto a su imperial ciudad; salía de ella a recibir al hermano y al hijo con el mismo aparato de fiestas y triunfo que la vez pasada, y mayor, si mayor se pudo hacer, y habiéndolos recibido, regaló con muy buenas palabras a Cuismancu, y mandó que en el triunfo entrase entre los Incas de la sangre real, porque juntamente con ellos adoraba al Pachacámac, del cual favor quedó Cuismancu tan ufano como envidiado de todos los demás curacas.
Pasado el triunfo, hizo el Inca muchas mercedes a Cuismancu, y lo envió a su tierra lleno de favores y honra, y lo mismo a todos los que con él habían ido. Los cuales volvieron a sus tierras muy contentos, pregonando que el Inca era verdadero hijo del Sol, digno de ser adorado y servido de todo el mundo. Es de saber que luego que el demonio vio que los Incas señoreaban el valle de Pachacámac, y que su templo estaba desembarazado de los muchos ídolos que tenía, quiso hacerse particular señor de él, pretendiendo que lo tuviesen por dios no conocido, que los indios tanto honraban, para hacerse adorar de muchas maneras y vender sus mentiras más caro en unas partes que en otras. Para lo cual dio en hablar desde los rincones del templo a los sacerdotes de mayor dignidad y crédito, y les dijo que ahora que estaba solo, quería hacer merced de responder a sus demandas y preguntas; no a todas en común, sino a las de más importancia, porque a su grandeza y señorío no era decente hablar con hombres bajos y viles, sino con Reyes y grandes señores, y que al ídolo Rímac, que era su criado, mandaría que hablase a la gente común y respondiese a todo lo que le preguntasen; y así, desde entonces, quedó asentado que en el templo de Pachacámac se consultasen los negocios reales y señoriles y en el de Rímac los comunes y plebeyos; y así le confirmó aquel ídolo el nombre hablador, porque habiendo de responder a todos, le era forzoso hablar mucho. El Padre Blas Valera refiere también este paso, aunque brevemente.
Al Inca Pachacútec le pareció desistir por algunos años de las conquistas de nuevas provincias y dejar descansar las suyas, porque, con el trocar de los ejércitos, habían recibido alguna molestia. Solamente se ejercitaba en el gobierno común de sus reinos y en ilustrarlos con edificios y con leyes y ordenanzas, ritos y ceremonias que de nuevo compuso para su idolatría, reformando lo antiguo, para que cuadrase bien la significación de su nombre Pachacútec y su fama quedase eternizada de haber sido gran Rey para gobernar sus reinos y gran sacerdote para su religión y gran capitán para sus conquistas, pues ganó más provincias que ninguno de sus antepasados. Particularmente enriqueció el templo del Sol; mandó chapar las paredes con planchas de oro, no solamente las del templo, mas también las de otros aposentos y las de un claustro que en él había, que hoy vive más rico de verdadera riqueza y bienes espirituales que entonces lo estaba de oro y piedras preciosas. Porque en el mismo lugar del templo donde tenían la figura del Sol está hoy el Santísimo Sacramento, y el claustro sirve de andar por él las procesiones y fiestas que por año se le hacen. Su Eterna Majestad sea loada por todas sus misericordias. Es el convento de Santo Domingo.
El gran señor Cuismancu estaba apercibido de guerra, porque, como la hubiese visto en su vecindad, temiendo que los Incas habían de ir sobre sus tierras, se había apercibido para las defender. Y así, rodeado de sus capitanes, y soldados, oyó los mensajeros del Inca y respondió diciendo que no tenían sus vasallos necesidad de otro señor, que para ellos y sus tierras bastaba él solo, y que las Leyes y costumbres que guardaban eran las que sus antepasados les habían dejado; que se hallaban bien con ellas; que no tenían necesidad de otras leyes, y que no querían repudiar sus dioses, que eran muy principales, porque entre otros adoraban al Pachacámac, que, según habían oído decir, era el hacedor y sustentador del universo; que si era verdad, de fuerza había de ser mayor dios que el Sol, y que le tenían hecho templo donde le ofrecían todo lo mejor que tenían, hasta sacrificarle hombres, mujeres y niños por más le honrar, y que era tanta la veneración que le tenían, que no osaban mirarle, y así los sacerdotes y el Rey entraba[n] en su templo a le adorar, las espaldas al ídolo, y también al salir, para quitar la ocasión de alzar los ojos a él, y que también adoraban al Rímac, que era un dios que les hablaba y daba las respuestas que le pedían y les decía cosas por venir. Y asimismo adoraban la zorra, por su cautela y astucia, y que al Sol no le habían oído hablar ni sabían que hablase como su dios Rímac; y que también adoraban la Mamacocha, que era la mar, porque los mantenía con su pescado; que les bastaban los dioses que tenían; que no querían otros, y al Sol menos, porque no había menester más calor del que su tierra les daba; que suplicaban al Inca o le requerían los dejase libres, pues no tenían necesidad de su imperio.
Los Incas holgaron mucho saber que los yuncas tuviesen en tanta veneración al Pachacámac, que ellos adorasen interiormente por sumo dios. Por lo cual propusieron de no les hacer guerra, sino reducirlos por bien, con buenas razones, halagos y promesas, dejando las armas por último remedio, para cuando los regalos no aprovechasen.
Con esta determinación fueron los Incas al valle de Pachacámac. El Rey Cuismancu salió con una muy buena banda de gente, a defender su tierra. El general Cápac Yupanqui le envió a decir que tuviese por bien que no peleasen hasta que hubiesen hablado más largo acerca de sus dioses; porque le hacía saber que los Incas, demás de adorar al Sol, adoraban también al Pachacámac, y que no le hacían templos ni ofrecían sacrificios por no le haber visto ni conocerle ni saber qué cosa fuese. Pero que interiormente, en su corazón, le acataban y tenían en suma veneración, tanto que no osaban tomar su nombre en la boca sino con grandísima adoración y humildad, y que, pues los unos y los otros adoraban a un mismo Dios, no era razón que riñesen ni tuviesen guerra, sino que fuesen amigos y hermanos. Y que los Reyes Incas, demás de adorar al Pachacámac y tenerle por hacedor y sustentador del universo, tendrían de allí adelante por oráculo y cosa sagrada al Rímac, que los yuncas adoraban, y que pues los Incas se ofrecían a venerar su ídolo Rímac, que los yuncas, en correspondencia, por vía de hermandad, adorasen y tuviesen por dios al Sol, pues por sus beneficios, hermosura y resplandor, merecía ser adorado, y no la zorra ni otros animales de la tierra ni de la mar. Y que también, por vía de paz y amistad, les pedía que obedeciesen al Inca, su hermano y señor, porque era hijo del Sol, tenido por dios en la tierra. El cual, por su justicia, piedad, clemencia y mansedumbre, y por sus leyes y gobierno tan suave, era amado y querido de tantas naciones, y que muchas de ellas, por las buenas nuevas que de sus virtudes y majestad habían oído, se habían venido a sujetársele de su grado y voluntad, y que no era razón que ellos, viniendo el Inca a buscarles a sus tierras para hacerles bien, lo repudiasen. Que les encargaba mirasen todas estas cosas desapasionadamente y acudiesen a lo que la razón les dictaba, y no permitiesen hacer por fuerza, perdiendo la gracia del Inca, lo que al presente podían hacer con mucho aplauso de Su Majestad, a cuyo poder y fuerza de armas no había resistencia en la tierra.
El Rey Cuismancu y los suyos oyeron los partidos del Inca, y habiendo asentado treguas, dieron y tomaron, acerca de ellos muchos días; al fin de ellos, por la buena maña e industria de los Incas, concluyeron las paces, con las condiciones siguientes:
Que adorasen los yuncas al Sol, como los Incas. Que le hiciesen templo aparte, como al Pachacámac, donde le sacrificasen y ofreciesen sus dones, con que no fuesen de sangre humana, porque era contra ley natural matar un hombre a otro para ofrecerlo en sacrificio, lo cual se quitase totalmente. Que echasen los ídolos que había en el templo de Pachacámac, porque, siendo el hacedor y sustentador del universo, no era decente que ídolos de menos majestad estuviesen en su templo y altar, y que al Pachacámac le adorasen en el corazón y no le pusiesen estatua alguna porque, no habiendo dejado verse, no sabían qué figura tenía, y así no podían ponerle retrato como al Sol. Que para mayor ornato y grandeza del valle Pachacámac, se fundase en él casa de las vírgenes escogidas; que eran dos cosas muy estimadas de las provincias que las alcanzaban a tener, esto es, la casa del Sol y la de las vírgenes, porque en ellas semejaban al Cozco, y era lo más preciado que aquella ciudad tenía. Que el Rey Cuismancu se quedase en su señorío, como todos los demás curacas, teniendo al Inca por supremo señor; guardase y obedeciese sus leyes y costumbres. Y que los Incas tuviesen mucha estima y veneración al oráculo Rímac y mandasen a todos sus reinos hiciesen lo mismo.
Con las condiciones referidas, se asentaron las paces entre el general Cápac Yupanqui y el Rey Cuismancu, al cual se le dio noticia de las leyes y costumbres que el Inca mandaba guardar. Las cuales aceptó con mucha prontitud, porque le parecieron justas y honestas, y lo mismo las ordenanzas de los tributos que habían de pertenecer al Sol y al Inca. Las cuales cosas asentadas y puestas en orden, y dejados los ministros necesarios y la gente de guarnición para seguridad de todo lo ganado, le pareció al Inca Cápac Yupanqui volverse al Cozco, juntamente con el príncipe su sobrino, a dar cuenta al Inca su hermano de todo lo sucedido con los yuncas en sus dos conquistas, y llevar consigo al Rey Cuismancu para que el Inca le conociese e hiciese merced de su mano, porque era amigo confederado y no rendido. Y Cuismancu holgó mucho de ir a besar las manos al Inca y ver la corte y aquella famosa ciudad del Cozco.
El Inca Pachacútec, que a los principios de aquella jornada había quedado en la provincia Rucana, habiendo sabido lo bien que a su hermano le iba en la conquista de aquellas provincias de los llanos, se había vuelto a su imperial ciudad; salía de ella a recibir al hermano y al hijo con el mismo aparato de fiestas y triunfo que la vez pasada, y mayor, si mayor se pudo hacer, y habiéndolos recibido, regaló con muy buenas palabras a Cuismancu, y mandó que en el triunfo entrase entre los Incas de la sangre real, porque juntamente con ellos adoraba al Pachacámac, del cual favor quedó Cuismancu tan ufano como envidiado de todos los demás curacas.
Pasado el triunfo, hizo el Inca muchas mercedes a Cuismancu, y lo envió a su tierra lleno de favores y honra, y lo mismo a todos los que con él habían ido. Los cuales volvieron a sus tierras muy contentos, pregonando que el Inca era verdadero hijo del Sol, digno de ser adorado y servido de todo el mundo. Es de saber que luego que el demonio vio que los Incas señoreaban el valle de Pachacámac, y que su templo estaba desembarazado de los muchos ídolos que tenía, quiso hacerse particular señor de él, pretendiendo que lo tuviesen por dios no conocido, que los indios tanto honraban, para hacerse adorar de muchas maneras y vender sus mentiras más caro en unas partes que en otras. Para lo cual dio en hablar desde los rincones del templo a los sacerdotes de mayor dignidad y crédito, y les dijo que ahora que estaba solo, quería hacer merced de responder a sus demandas y preguntas; no a todas en común, sino a las de más importancia, porque a su grandeza y señorío no era decente hablar con hombres bajos y viles, sino con Reyes y grandes señores, y que al ídolo Rímac, que era su criado, mandaría que hablase a la gente común y respondiese a todo lo que le preguntasen; y así, desde entonces, quedó asentado que en el templo de Pachacámac se consultasen los negocios reales y señoriles y en el de Rímac los comunes y plebeyos; y así le confirmó aquel ídolo el nombre hablador, porque habiendo de responder a todos, le era forzoso hablar mucho. El Padre Blas Valera refiere también este paso, aunque brevemente.
Al Inca Pachacútec le pareció desistir por algunos años de las conquistas de nuevas provincias y dejar descansar las suyas, porque, con el trocar de los ejércitos, habían recibido alguna molestia. Solamente se ejercitaba en el gobierno común de sus reinos y en ilustrarlos con edificios y con leyes y ordenanzas, ritos y ceremonias que de nuevo compuso para su idolatría, reformando lo antiguo, para que cuadrase bien la significación de su nombre Pachacútec y su fama quedase eternizada de haber sido gran Rey para gobernar sus reinos y gran sacerdote para su religión y gran capitán para sus conquistas, pues ganó más provincias que ninguno de sus antepasados. Particularmente enriqueció el templo del Sol; mandó chapar las paredes con planchas de oro, no solamente las del templo, mas también las de otros aposentos y las de un claustro que en él había, que hoy vive más rico de verdadera riqueza y bienes espirituales que entonces lo estaba de oro y piedras preciosas. Porque en el mismo lugar del templo donde tenían la figura del Sol está hoy el Santísimo Sacramento, y el claustro sirve de andar por él las procesiones y fiestas que por año se le hacen. Su Eterna Majestad sea loada por todas sus misericordias. Es el convento de Santo Domingo.
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