Capítulo XXVIII: Tres muros de la cerca, lo más admirable de la obra
En contra de este muro, por la otra parte, tiene el cerro un llano grande; por aquella banda suben a lo alto del cerro con muy poca cuesta, por donde los enemigos podían arremeter en escuadrón formado. Allí hicieron tres muros, uno delante de otro, como va subiendo el cerro; tendrá cada muro más de doscientas brazas de largo. Van hechos en forma de media luna, porque van a cerrar y juntarse con el otro muro pulido, que está a la parte de la ciudad. En el primer muro de aquellos tres quisieron mostrar la pujanza de su poder, que, aunque todos tres son de una misma obra, aquél tiene la grandeza de ella, donde pusieron las piedras mayores, que hacen increíble el edificio a quien no lo ha visto y espantable a quien lo mira con atención, si considera bien la grandeza y la multitud de las piedras y el poco aliño que tenían para las cortar, labrar y asentar en la obra.
Tengo para mí que no son sacadas de canteras, porque no tienen muestra de haber sido cortadas, sino que llevaban las pequeñas sueltas y desasidas (que los canteros llaman tormos) que por aquellas sierras hallaban, acomodadas para la obra; y como las hallaban, así las asentaban, porque unas son cóncavas de un cabo y convexas de otro y sesgas de otro, unas con puntas a las esquinas y otras sin ellas; las cuales faltas o demasías no las procuraban quitar ni emparejar ni añadir, sino que el vacío y cóncavo de una peña grandísima lo henchían con el lleno y convexo de otra peña tan grande y mayor, si mayor la podían hallar; y por el semejante el sesgo o derecho de una peña igualaban con el derecho o sesgo de otra; y la esquina que faltaba a una peña la suplían sacándola de otra, no en pieza chica que solamente hinchiese aquella falta, sino arrimando otra peña con una punta sacada de ella, que cumpliese la falta de la otra; de manera que la intención de aquellos indios parece que fue no poner en aquel muro piedras chicas, aunque fuese para suplir las faltas de las grandes, sino que todas fuesen de admirable grandeza, y que unas a otras se abrazasen, favoreciéndose todas, supliendo cada cual la falta de la otra, para mayor majestad del edificio, y esto es lo que el P. Acosta quiso encarecer diciendo: "lo que más admira es que no siendo cortadas éstas de la muralla por regla, sino entre sí muy desiguales en el tamaño y en la facción, encajan unas con otras con increíble juntura, sin mezcla". Con ir asentadas tan sin orden, regla ni compás, están las peñas por todas partes tan ajustadas unas con otras como la cantería pulida; la haz de aquellas peñas labraron toscamente; casi les dejaron como se estaban en su nacimiento; solamente para las junturas labraron de cada peña cuatro dedos, y aquello muy bien labrado; de manera que de lo tosco de la haz y de lo pulido de las junturas y del desorden del asiento de aquellas peñas y peñascos, vinieron a hacer una galana y vistosa labor.
Un sacerdote natural de Montilla, que fue al Perú después que yo estoy en España y volvió en breve tiempo, hablando de esta fortaleza, particularmente de la monstruosidad de sus piedras, me dijo que antes de verlas nunca jamás imaginó creer que fuesen tan grandes como le habían dicho, y que después que las vió le parecieron mayores que la fama; y que entonces le nació otra duda más dificultosa, que fue imaginar que no pudieron asentarlas en la obra sino por arte del demonio. Cierto tuvo razón de dificultar el cómo se asentaron en el edificio, aunque fuera con el ayuda de todas las máquinas que los ingenieros y maestros mayores de por acá tienen; cuanto más tan sin ellas, porque en esto excede aquella obra a las siete que escriben por maravillas del mundo; porque hacer una muralla tan larga y ancha como la de Babilonia y un coloso de Rodas y las pirámides de Egipto y las demás obras, bien se ve cómo se pudieron hacer, que fue acudiendo gente innumerable y añadiendo de día en día y de año en año material a material y más material; eso me da que sea de ladrillo y betún, como la muralla de Babilonia, o de bronce y cobre, como el coloso de Rodas, o de piedra y mezcla, que la pujanza de la gente, mediante el largo tiempo, lo venció todo. Mas imaginar cómo pudieron aquellos indios tan sin máquinas, ingenios ni instrumentos, cortar, labrar, levantar y bajar peñas tan grandes (que más son pedazos de sierra que piedras de edificio), y ponerlas tan ajustadas como están, no se alcanza; y por esto lo atribuyen a encantam[i]ento, por la familiaridad tan grande que con los demonios tenían.
En cada cerca, casi en medio de ella, había una puerta, y cada puerta tenía una piedra levadiza del ancho y alto de la puerta con que la cerraban. A la primera llamaron Tiupuncu, que quiere decir: puerta del arenal, porque aquel llano es algo arenoso, de arena de hormigón: llaman tiu al arenal y a la arena, y puncu quiere decir puerta. A la segunda llamaron Acahuana Puncu, porque el maestro mayor que la hizo se llamaba Acahuana, pronunciada la sílaba ca en lo interior de la garganta. La tercera se llamó Viracocha Puncu, consagrada a su dios Viracocha, aquella fantasma de quien hablamos largo, que se apareció al príncipe Viracocha Inca y le dio aviso del levantamiento de los Chancas, por lo cual lo tuvieron por defensor y nuevo fundador de la ciudad del Cozco, y como a tal le dieron aquella puerta, pidiéndole fuese guarda de ella y defensor de la fortaleza, como ya en tiempos pasados lo había sido de toda la ciudad y de todo su Imperio. Entre un muro y otro de aquellos tres, por todo el largo de ellos, hay un espacio de veinte y cinco o treinta pies; está terraplenado hasta lo alto de cada muro; no sabré decir si el terrapleno es del mismo cerro que va subiendo o si es hecho a mano: debe ser de lo uno y de lo otro. Tenía cada cerca su antepecho de más de una vara en alto, de donde podían pelear con más defensa que al descubierto.
En contra de este muro, por la otra parte, tiene el cerro un llano grande; por aquella banda suben a lo alto del cerro con muy poca cuesta, por donde los enemigos podían arremeter en escuadrón formado. Allí hicieron tres muros, uno delante de otro, como va subiendo el cerro; tendrá cada muro más de doscientas brazas de largo. Van hechos en forma de media luna, porque van a cerrar y juntarse con el otro muro pulido, que está a la parte de la ciudad. En el primer muro de aquellos tres quisieron mostrar la pujanza de su poder, que, aunque todos tres son de una misma obra, aquél tiene la grandeza de ella, donde pusieron las piedras mayores, que hacen increíble el edificio a quien no lo ha visto y espantable a quien lo mira con atención, si considera bien la grandeza y la multitud de las piedras y el poco aliño que tenían para las cortar, labrar y asentar en la obra.
Tengo para mí que no son sacadas de canteras, porque no tienen muestra de haber sido cortadas, sino que llevaban las pequeñas sueltas y desasidas (que los canteros llaman tormos) que por aquellas sierras hallaban, acomodadas para la obra; y como las hallaban, así las asentaban, porque unas son cóncavas de un cabo y convexas de otro y sesgas de otro, unas con puntas a las esquinas y otras sin ellas; las cuales faltas o demasías no las procuraban quitar ni emparejar ni añadir, sino que el vacío y cóncavo de una peña grandísima lo henchían con el lleno y convexo de otra peña tan grande y mayor, si mayor la podían hallar; y por el semejante el sesgo o derecho de una peña igualaban con el derecho o sesgo de otra; y la esquina que faltaba a una peña la suplían sacándola de otra, no en pieza chica que solamente hinchiese aquella falta, sino arrimando otra peña con una punta sacada de ella, que cumpliese la falta de la otra; de manera que la intención de aquellos indios parece que fue no poner en aquel muro piedras chicas, aunque fuese para suplir las faltas de las grandes, sino que todas fuesen de admirable grandeza, y que unas a otras se abrazasen, favoreciéndose todas, supliendo cada cual la falta de la otra, para mayor majestad del edificio, y esto es lo que el P. Acosta quiso encarecer diciendo: "lo que más admira es que no siendo cortadas éstas de la muralla por regla, sino entre sí muy desiguales en el tamaño y en la facción, encajan unas con otras con increíble juntura, sin mezcla". Con ir asentadas tan sin orden, regla ni compás, están las peñas por todas partes tan ajustadas unas con otras como la cantería pulida; la haz de aquellas peñas labraron toscamente; casi les dejaron como se estaban en su nacimiento; solamente para las junturas labraron de cada peña cuatro dedos, y aquello muy bien labrado; de manera que de lo tosco de la haz y de lo pulido de las junturas y del desorden del asiento de aquellas peñas y peñascos, vinieron a hacer una galana y vistosa labor.
Un sacerdote natural de Montilla, que fue al Perú después que yo estoy en España y volvió en breve tiempo, hablando de esta fortaleza, particularmente de la monstruosidad de sus piedras, me dijo que antes de verlas nunca jamás imaginó creer que fuesen tan grandes como le habían dicho, y que después que las vió le parecieron mayores que la fama; y que entonces le nació otra duda más dificultosa, que fue imaginar que no pudieron asentarlas en la obra sino por arte del demonio. Cierto tuvo razón de dificultar el cómo se asentaron en el edificio, aunque fuera con el ayuda de todas las máquinas que los ingenieros y maestros mayores de por acá tienen; cuanto más tan sin ellas, porque en esto excede aquella obra a las siete que escriben por maravillas del mundo; porque hacer una muralla tan larga y ancha como la de Babilonia y un coloso de Rodas y las pirámides de Egipto y las demás obras, bien se ve cómo se pudieron hacer, que fue acudiendo gente innumerable y añadiendo de día en día y de año en año material a material y más material; eso me da que sea de ladrillo y betún, como la muralla de Babilonia, o de bronce y cobre, como el coloso de Rodas, o de piedra y mezcla, que la pujanza de la gente, mediante el largo tiempo, lo venció todo. Mas imaginar cómo pudieron aquellos indios tan sin máquinas, ingenios ni instrumentos, cortar, labrar, levantar y bajar peñas tan grandes (que más son pedazos de sierra que piedras de edificio), y ponerlas tan ajustadas como están, no se alcanza; y por esto lo atribuyen a encantam[i]ento, por la familiaridad tan grande que con los demonios tenían.
En cada cerca, casi en medio de ella, había una puerta, y cada puerta tenía una piedra levadiza del ancho y alto de la puerta con que la cerraban. A la primera llamaron Tiupuncu, que quiere decir: puerta del arenal, porque aquel llano es algo arenoso, de arena de hormigón: llaman tiu al arenal y a la arena, y puncu quiere decir puerta. A la segunda llamaron Acahuana Puncu, porque el maestro mayor que la hizo se llamaba Acahuana, pronunciada la sílaba ca en lo interior de la garganta. La tercera se llamó Viracocha Puncu, consagrada a su dios Viracocha, aquella fantasma de quien hablamos largo, que se apareció al príncipe Viracocha Inca y le dio aviso del levantamiento de los Chancas, por lo cual lo tuvieron por defensor y nuevo fundador de la ciudad del Cozco, y como a tal le dieron aquella puerta, pidiéndole fuese guarda de ella y defensor de la fortaleza, como ya en tiempos pasados lo había sido de toda la ciudad y de todo su Imperio. Entre un muro y otro de aquellos tres, por todo el largo de ellos, hay un espacio de veinte y cinco o treinta pies; está terraplenado hasta lo alto de cada muro; no sabré decir si el terrapleno es del mismo cerro que va subiendo o si es hecho a mano: debe ser de lo uno y de lo otro. Tenía cada cerca su antepecho de más de una vara en alto, de donde podían pelear con más defensa que al descubierto.
0 comentarios:
Publicar un comentario