Capítulo XXVII: La fortaleza del Cozco; el grandor de sus piedras
Maravillosos edificios hicieron los Incas Reyes del Perú en fortalezas, en templos, en casas reales, en jardines, en pósitos y en caminos y otras fábricas de grande excelencia, como se muestran hoy por las ruinas que de ellas han quedado, aunque mal se puede ver por los cimientos lo que fue todo el edificio.
La obra mayor y más soberbia que mandaron hacer para mostrar su poder y majestad fue la fortaleza del Cozco, cuyas grandezas son increíbles a quien no las ha visto, y al que las ha visto y mirado con atención le hacen imaginar y aun creer que son hechas por vía de encantamiento y que las hicieron demonios y no hombres; porque la multitud de las piedras, tantas y tan grandes, como las que hay puestas en las tres cercas (que más son peñas que piedras), causa admiración imaginar cómo las pudieron cortar de las canteras de donde se sacaron; porque los indios no tuvieron bueyes, ni supieron hacer carros, ni hay carros que las puedan sufrir ni bueyes que basten a tirarlas; llevábanlas arrastrando a fuerza de brazos con gruesas maromas; ni los caminos por do las llevaban eran llanos, sino sierras muy ásperas, con grandes cuestas, por do las subían y bajaban a pura fuerza de hombres. Muchas de ellas llevaron de diez, doce, quince leguas, particularmente la piedra o, por decir mejor, la peña que los indios llaman Saycusca, que quiere decir cansada (porque no llegó al edificio); se sabe que la trajeron de quince leguas de la ciudad y que pasó el río de Yúcay, que es poco menor que [el] Guadalquivir por Córdoba. Las que llevaron de más cerca fueron de Muyna, que está cinco leguas del Cozco. Pues pasar adelante con la imaginación y pensar cómo pudieron ajustar tanto unas piedras tan grandes que apenas pueden meter la punta de un cuchillo por ellas, es nunca acabar. Muchas de ellas están tan ajustadas que apenas se aparece la juntura; para ajustarlas tanto era menester levantar y asentar la una piedra sobre la otra muchas veces, porque no tuvieron escuadra ni supieron valerse siquiera de una regla para asentarla encima de una piedra y ver por ella si estaba ajustada con la otra.
Tampoco supieron hacer grúas ni garruchas ni otro ingenio alguno que les ayudara a subir y bajar las piedras, siendo ellas tan grandes que espantan, como lo dice el M. reverendo Padre Joseph de Acosta hablando de esta misma fortaleza; que yo, por [no] tener la precisa medida del grandor de muchas de ellas, me quiero valer de la autoridad de este gran varón, que, aunque la he pedido a los condiscípulos y me la han enviado, no ha sido la relación tan clara y distinta como yo la pedía de los tamaños de las piedras mayores, que quisiera la medida por varas y ochavas, y no por brazas como me la enviaron; quisiérala con testimonios de escribanos, porque lo más maravilloso de aquel edificio es la increíble grandeza de las piedras, por el incomportable trabajo que era menester para las alzar y bajar hasta ajustarlas y ponerlas como están; porque no se alcanza cómo se pudo hacer con no más ayuda de costa de la de los brazos. Dice, pues, el Padre Acosta, libro seis, capítulo catorce: "Los edificios y fábricas que los Incas hicieron en fortalezas, en templos, en caminos, en casas de campo y otras, fueron muchos y de excesivo trabajo, como lo manifiestan el día de hoy las ruinas y pedazos que han quedado, como se ven en el Cozco y en Tiaguanaco y en Tambo y en otras partes, donde hay piedras de inmensa grandeza, que no se puede pensar cómo se cortaron y trajeron y asentaron donde están; para todos estos edificios y fortalezas que el Inca mandaba hacer en el Cozco y en diversas partes de su reino, acudía grandísimo número de todas las provincias; porque la labor es extraña y para espantar, y no usaban de mezcla ni tenían hierro ni acero para cortar y labrar las piedras, ni máquinas ni instrumentos para traerlas; y con todo eso están tan pulidamente labradas que en muchas partes apenas se ve la juntura de unas con otras. Y son tan grandes muchas piedras de éstas como está dicho, que sería cosa increíble si no se viese. En Tiaguanaco medí yo una piedra de treinta y ocho pies de largo y de diez y ocho de ancho, y el grueso sería de seis pies; y en la muralla de la fortaleza del Cozco, que es de mampostería, hay muchas piedras de mucho mayor grandeza, y lo que más admira es que, no siendo cortadas éstas que digo de la muralla por regla, sino entre sí muy desiguales en el tamaño y en la facción, encajan unas con otras con increíble juntura, sin mezcla. Todo esto se hacía a poder de mucha gente y con gran sufrimiento en el labrar, porque para encajar una piedra con otra era forzoso probarla muchas veces, no estando las más de ellas iguales ni llanas", etc. Todas son palabras del Padre Maestro Acosta, sacadas a la letra, por las cuales se verá la dificultad y el trabajo con que hicieron aquella fortaleza, porque no tuvieron instrumentos ni máquinas de qué ayudarse.
Los Incas, según lo manifiesta aquella su fábrica, parece que quisieron mostrar por ella la grandeza de su poder, como se ve en la inmensidad y majestad de la obra; la cual se hizo más para admirar que no para otro fin. También quisieron hacer muestra del ingenio de sus maestros y artífices, no sólo en la labor de la cantería pulida (que los españoles no acaban de encarecer), mas también en la obra de la cantería tosca, en la cual no mostraron menos primor que en la otra. Pretendieron asimismo mostrarse hombres de guerra en la traza del edificio, dando a cada lugar lo necesario para defensa contra los enemigos.
La fortaleza edificaron en un cerro alto que está al septentrión de la ciudad, llamado Sacsahuaman, de cuyas faldas empieza la población del Cozco y se tiende a todas partes por gran espacio. Aquel cerro (a la parte de la ciudad) está derecho, casi perpendicular, de manera que está segura la fortaleza de que por aquella banda la acometan los enemigos en escuadrón formado ni de otra manera, ni hay sitio por allí donde puedan plantar artillería, aunque los indios no tuvieron noticia de ella hasta que fueron los españoles; por la seguridad que por aquella banda tenía, les pareció que bastaba cualquiera defensa, y así echaron solamente un muro grueso de cantería de piedra, ricamente labrada por todas cinco partes, si no era por el trasdós, como dicen los albañis; tenía aquel muro más de doscientas brazas de largo: cada hilada de piedra era de diferente altor, y todas las piedras de cada hilada muy iguales y asentadas por hilo, con muy buena trabazón; y tan ajustadas unas con otras por todas cuatro partes, que no admitían mezcla. Verdad es que no se la echaban de cal y arena, porque no supieron hacer cal; empero, echaban por mezcla una lechada de un barro colorado que hay, muy pegajoso, para que hinchase y llenase las picaduras que al labrar la piedra se hacían. En esta cerca mostraron fortaleza y policía, porque el muro es grueso y la labor muy pulida a ambas partes.
Maravillosos edificios hicieron los Incas Reyes del Perú en fortalezas, en templos, en casas reales, en jardines, en pósitos y en caminos y otras fábricas de grande excelencia, como se muestran hoy por las ruinas que de ellas han quedado, aunque mal se puede ver por los cimientos lo que fue todo el edificio.
La obra mayor y más soberbia que mandaron hacer para mostrar su poder y majestad fue la fortaleza del Cozco, cuyas grandezas son increíbles a quien no las ha visto, y al que las ha visto y mirado con atención le hacen imaginar y aun creer que son hechas por vía de encantamiento y que las hicieron demonios y no hombres; porque la multitud de las piedras, tantas y tan grandes, como las que hay puestas en las tres cercas (que más son peñas que piedras), causa admiración imaginar cómo las pudieron cortar de las canteras de donde se sacaron; porque los indios no tuvieron bueyes, ni supieron hacer carros, ni hay carros que las puedan sufrir ni bueyes que basten a tirarlas; llevábanlas arrastrando a fuerza de brazos con gruesas maromas; ni los caminos por do las llevaban eran llanos, sino sierras muy ásperas, con grandes cuestas, por do las subían y bajaban a pura fuerza de hombres. Muchas de ellas llevaron de diez, doce, quince leguas, particularmente la piedra o, por decir mejor, la peña que los indios llaman Saycusca, que quiere decir cansada (porque no llegó al edificio); se sabe que la trajeron de quince leguas de la ciudad y que pasó el río de Yúcay, que es poco menor que [el] Guadalquivir por Córdoba. Las que llevaron de más cerca fueron de Muyna, que está cinco leguas del Cozco. Pues pasar adelante con la imaginación y pensar cómo pudieron ajustar tanto unas piedras tan grandes que apenas pueden meter la punta de un cuchillo por ellas, es nunca acabar. Muchas de ellas están tan ajustadas que apenas se aparece la juntura; para ajustarlas tanto era menester levantar y asentar la una piedra sobre la otra muchas veces, porque no tuvieron escuadra ni supieron valerse siquiera de una regla para asentarla encima de una piedra y ver por ella si estaba ajustada con la otra.
Tampoco supieron hacer grúas ni garruchas ni otro ingenio alguno que les ayudara a subir y bajar las piedras, siendo ellas tan grandes que espantan, como lo dice el M. reverendo Padre Joseph de Acosta hablando de esta misma fortaleza; que yo, por [no] tener la precisa medida del grandor de muchas de ellas, me quiero valer de la autoridad de este gran varón, que, aunque la he pedido a los condiscípulos y me la han enviado, no ha sido la relación tan clara y distinta como yo la pedía de los tamaños de las piedras mayores, que quisiera la medida por varas y ochavas, y no por brazas como me la enviaron; quisiérala con testimonios de escribanos, porque lo más maravilloso de aquel edificio es la increíble grandeza de las piedras, por el incomportable trabajo que era menester para las alzar y bajar hasta ajustarlas y ponerlas como están; porque no se alcanza cómo se pudo hacer con no más ayuda de costa de la de los brazos. Dice, pues, el Padre Acosta, libro seis, capítulo catorce: "Los edificios y fábricas que los Incas hicieron en fortalezas, en templos, en caminos, en casas de campo y otras, fueron muchos y de excesivo trabajo, como lo manifiestan el día de hoy las ruinas y pedazos que han quedado, como se ven en el Cozco y en Tiaguanaco y en Tambo y en otras partes, donde hay piedras de inmensa grandeza, que no se puede pensar cómo se cortaron y trajeron y asentaron donde están; para todos estos edificios y fortalezas que el Inca mandaba hacer en el Cozco y en diversas partes de su reino, acudía grandísimo número de todas las provincias; porque la labor es extraña y para espantar, y no usaban de mezcla ni tenían hierro ni acero para cortar y labrar las piedras, ni máquinas ni instrumentos para traerlas; y con todo eso están tan pulidamente labradas que en muchas partes apenas se ve la juntura de unas con otras. Y son tan grandes muchas piedras de éstas como está dicho, que sería cosa increíble si no se viese. En Tiaguanaco medí yo una piedra de treinta y ocho pies de largo y de diez y ocho de ancho, y el grueso sería de seis pies; y en la muralla de la fortaleza del Cozco, que es de mampostería, hay muchas piedras de mucho mayor grandeza, y lo que más admira es que, no siendo cortadas éstas que digo de la muralla por regla, sino entre sí muy desiguales en el tamaño y en la facción, encajan unas con otras con increíble juntura, sin mezcla. Todo esto se hacía a poder de mucha gente y con gran sufrimiento en el labrar, porque para encajar una piedra con otra era forzoso probarla muchas veces, no estando las más de ellas iguales ni llanas", etc. Todas son palabras del Padre Maestro Acosta, sacadas a la letra, por las cuales se verá la dificultad y el trabajo con que hicieron aquella fortaleza, porque no tuvieron instrumentos ni máquinas de qué ayudarse.
Los Incas, según lo manifiesta aquella su fábrica, parece que quisieron mostrar por ella la grandeza de su poder, como se ve en la inmensidad y majestad de la obra; la cual se hizo más para admirar que no para otro fin. También quisieron hacer muestra del ingenio de sus maestros y artífices, no sólo en la labor de la cantería pulida (que los españoles no acaban de encarecer), mas también en la obra de la cantería tosca, en la cual no mostraron menos primor que en la otra. Pretendieron asimismo mostrarse hombres de guerra en la traza del edificio, dando a cada lugar lo necesario para defensa contra los enemigos.
La fortaleza edificaron en un cerro alto que está al septentrión de la ciudad, llamado Sacsahuaman, de cuyas faldas empieza la población del Cozco y se tiende a todas partes por gran espacio. Aquel cerro (a la parte de la ciudad) está derecho, casi perpendicular, de manera que está segura la fortaleza de que por aquella banda la acometan los enemigos en escuadrón formado ni de otra manera, ni hay sitio por allí donde puedan plantar artillería, aunque los indios no tuvieron noticia de ella hasta que fueron los españoles; por la seguridad que por aquella banda tenía, les pareció que bastaba cualquiera defensa, y así echaron solamente un muro grueso de cantería de piedra, ricamente labrada por todas cinco partes, si no era por el trasdós, como dicen los albañis; tenía aquel muro más de doscientas brazas de largo: cada hilada de piedra era de diferente altor, y todas las piedras de cada hilada muy iguales y asentadas por hilo, con muy buena trabazón; y tan ajustadas unas con otras por todas cuatro partes, que no admitían mezcla. Verdad es que no se la echaban de cal y arena, porque no supieron hacer cal; empero, echaban por mezcla una lechada de un barro colorado que hay, muy pegajoso, para que hinchase y llenase las picaduras que al labrar la piedra se hacían. En esta cerca mostraron fortaleza y policía, porque el muro es grueso y la labor muy pulida a ambas partes.
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