Capítulo XXII: Los agüeros de sus sacrificios, y fuego para ellos.
Tenían por felicísimo agüero si los pulmones salían palpitando, no acabados de morir, como ellos decían, y habiendo este buen agüero, aunque hubiese otros en contrario, no hacían caso de ellos. Porque decían que la bondad de este dichoso agüero vencía a la maldad y desdicha de todos los malos. Sacada la asadura, lo hinchaban de un soplo y guardaban el aire dentro, atando el cañón de la asadura o apretando con las manos, y luego miraban las vías por donde el aire entra en los pulmones y las venillas que hay por ellos, a ver si estaban muy hinchados, o poco llenos de aire, porque cuanto más hinchados, tanto más feliz era el agüero. Otras cosas miraban, que no sabré decir cuáles, porque no las noté; de las dichas me acuerdo, que miré en ellos dos veces, que como niño acerté a entrar en ciertos corrales donde indios viejos, aún no bautizados, estaban haciendo este sacrificio, no del Raymi, que cuando yo nací ya era acabado, sino en otros casos particulares en que miraban sus agüeros, y para los mirar sacrificaban los corderos y carneros, como hemos dicho del sacrificio del Raymi; porque cuanto hacían en sus sacrificios particulares era semejanza de lo que hacían en sus fiestas principales.
Tenían por infelicísimo agüero si la res, mientras le abrían el costado, se levantaba en pie, venciendo de fuerza a los que le tenían asida. Asimismo era mala señal si al arrancar del cañón de la asadura se quebraba y no salía todo entero. También era mal pronóstico que los pulmones saliesen rotos o el corazón lastimado; y otras cosas, que, como he dicho, ni las pregunté ni las noté. De éstas me acuerdo porque las oí hablar a los indios que hallé haciendo el sacrificio, preguntándose unos a otros por los buenos o malos agüeros, y no se recataban de mí por mi poca edad.
Volviendo a la solemnidad de la fiesta Raymi, decimos que si del sacrificio del cordero no salía próspero el agüero, hacían otro del carnero, y si tampoco salía dichoso, hacían otro de la oveja machorra, y cuando éste salía infeliz, no dejaban de hacer la fiesta, mas era con tristeza y llanto interior, diciendo que el Sol, su padre, estaba enojado contra ellos por alguna falta o descuido que, sin lo advertir, hubiesen cometido en su servicio.
Temían crueles guerras, esterilidad en los frutos, muerte de sus ganados y otros males semejantes. Empero, cuando los agüeros pronosticaban felicidad, era grandísimo el regocijo que en festejar su Pascua traían, por las esperanzas de los bienes venideros.
Hecho el sacrificio del cordero, traían gran cantidad de corderos, ovejas y carneros para el sacrificio común; y no lo hacían como el pasado, abriéndolos vivos, sino que llanamente los degollaban y desollaban; guardaban la sangre y el corazón de todos ellos y lo ofrecían al Sol, como el del primer cordero; quemábanlo todo hasta que se convertía en ceniza.
El fuego para aquel sacrificio había de ser nuevo, dado de mano del Sol, como ellos decían. Para el cual tomaban un brazalete grande, que llaman chipana (a semejanza de otros que comúnmente traían los Incas en la muñeca izquierda), el cual tenía el Sumo Sacerdote; era grande, más que los comunes; tenía por medalla un vaso cóncavo, como media naranja, muy bruñido; poníanlo contra el Sol, y a un cierto punto, donde los rayos que del vaso salían daban en junto, ponían un poco de algodón muy carmenado, que no supieron hacer yesca, el cual se encendía en breve espacio, porque es cosa natural. Con este fuego dado así, de mano del Sol, se quemaba el sacrificio y se asaba toda la carne de aquel día. Y del fuego llevaban al templo del Sol y a la casa de las vírgenes, donde lo conservaban todo el año, y era mal agüero apagárseles, como quiera que fuese. Si la víspera de la fiesta, que era cuando se apercibía lo necesario para el sacrificio del día siguiente, no hacía Sol para sacar el fuego nuevo, lo sacaban con dos palillos rollizos, delgados como el dedo merguerite y largos de media vara, barrenándolo uno con otro; los palillos son de color de canela; llaman u-yaca, así los palillos, como al sacar del fuego, que una misma dicción sirve de nombre y verbo. Los indios se sirven de ellos en lugar de eslabón y pedernal, y de camino los llevan para sacar fuego en las dormidas que han de hacer en despoblados, como yo lo vi muchas veces caminando con ellos, y los pastores se valen de ellos para lo mismo.
Tenían por mal agüero sacar el fuego para el sacrificio de la fiesta con aquel instrumento; decían que pues se lo negaba el Sol de su mano, estaba enojado de ellos. Toda la carne de aquel sacrificio asaban en público en las dos plazas, y la repartían por todos los que se habían hallado en la fiesta, así Incas como curacas y la demás gente común, por sus grados. Y a los unos y a los otros se la daban con el pan llamado zancu; y éste era el primer plato de su gran fiesta y banquete solemne. Luego traían otra gran variedad de manjares, que comían sin beber entre comida, porque fue costumbre universal de los indios del Perú no beber mientras comían.
De lo que hemos dicho puede haber nacido lo que algunos españoles han querido afirmar, que comulgaban estos Incas y sus vasallos como los cristianos. Lo que entre ellos había hemos contado llanamente: aseméjalo cada uno a su gusto.
Pasada la comida, les traían de beber en grandísima abundancia, que éste era uno de los vicios más notables que estos indios tenían, aunque ya el día de hoy, por la misericordia de Dios y por el buen ejemplo que los españoles en este particular les han dado, no hay indio que se emborrache, sino que lo vituperan y abominan por grande infamia, que si en todo vicio hubiera sido el ejemplo tal, hubieran sido apostólicos predicadores del Evangelio.
Tenían por felicísimo agüero si los pulmones salían palpitando, no acabados de morir, como ellos decían, y habiendo este buen agüero, aunque hubiese otros en contrario, no hacían caso de ellos. Porque decían que la bondad de este dichoso agüero vencía a la maldad y desdicha de todos los malos. Sacada la asadura, lo hinchaban de un soplo y guardaban el aire dentro, atando el cañón de la asadura o apretando con las manos, y luego miraban las vías por donde el aire entra en los pulmones y las venillas que hay por ellos, a ver si estaban muy hinchados, o poco llenos de aire, porque cuanto más hinchados, tanto más feliz era el agüero. Otras cosas miraban, que no sabré decir cuáles, porque no las noté; de las dichas me acuerdo, que miré en ellos dos veces, que como niño acerté a entrar en ciertos corrales donde indios viejos, aún no bautizados, estaban haciendo este sacrificio, no del Raymi, que cuando yo nací ya era acabado, sino en otros casos particulares en que miraban sus agüeros, y para los mirar sacrificaban los corderos y carneros, como hemos dicho del sacrificio del Raymi; porque cuanto hacían en sus sacrificios particulares era semejanza de lo que hacían en sus fiestas principales.
Tenían por infelicísimo agüero si la res, mientras le abrían el costado, se levantaba en pie, venciendo de fuerza a los que le tenían asida. Asimismo era mala señal si al arrancar del cañón de la asadura se quebraba y no salía todo entero. También era mal pronóstico que los pulmones saliesen rotos o el corazón lastimado; y otras cosas, que, como he dicho, ni las pregunté ni las noté. De éstas me acuerdo porque las oí hablar a los indios que hallé haciendo el sacrificio, preguntándose unos a otros por los buenos o malos agüeros, y no se recataban de mí por mi poca edad.
Volviendo a la solemnidad de la fiesta Raymi, decimos que si del sacrificio del cordero no salía próspero el agüero, hacían otro del carnero, y si tampoco salía dichoso, hacían otro de la oveja machorra, y cuando éste salía infeliz, no dejaban de hacer la fiesta, mas era con tristeza y llanto interior, diciendo que el Sol, su padre, estaba enojado contra ellos por alguna falta o descuido que, sin lo advertir, hubiesen cometido en su servicio.
Temían crueles guerras, esterilidad en los frutos, muerte de sus ganados y otros males semejantes. Empero, cuando los agüeros pronosticaban felicidad, era grandísimo el regocijo que en festejar su Pascua traían, por las esperanzas de los bienes venideros.
Hecho el sacrificio del cordero, traían gran cantidad de corderos, ovejas y carneros para el sacrificio común; y no lo hacían como el pasado, abriéndolos vivos, sino que llanamente los degollaban y desollaban; guardaban la sangre y el corazón de todos ellos y lo ofrecían al Sol, como el del primer cordero; quemábanlo todo hasta que se convertía en ceniza.
El fuego para aquel sacrificio había de ser nuevo, dado de mano del Sol, como ellos decían. Para el cual tomaban un brazalete grande, que llaman chipana (a semejanza de otros que comúnmente traían los Incas en la muñeca izquierda), el cual tenía el Sumo Sacerdote; era grande, más que los comunes; tenía por medalla un vaso cóncavo, como media naranja, muy bruñido; poníanlo contra el Sol, y a un cierto punto, donde los rayos que del vaso salían daban en junto, ponían un poco de algodón muy carmenado, que no supieron hacer yesca, el cual se encendía en breve espacio, porque es cosa natural. Con este fuego dado así, de mano del Sol, se quemaba el sacrificio y se asaba toda la carne de aquel día. Y del fuego llevaban al templo del Sol y a la casa de las vírgenes, donde lo conservaban todo el año, y era mal agüero apagárseles, como quiera que fuese. Si la víspera de la fiesta, que era cuando se apercibía lo necesario para el sacrificio del día siguiente, no hacía Sol para sacar el fuego nuevo, lo sacaban con dos palillos rollizos, delgados como el dedo merguerite y largos de media vara, barrenándolo uno con otro; los palillos son de color de canela; llaman u-yaca, así los palillos, como al sacar del fuego, que una misma dicción sirve de nombre y verbo. Los indios se sirven de ellos en lugar de eslabón y pedernal, y de camino los llevan para sacar fuego en las dormidas que han de hacer en despoblados, como yo lo vi muchas veces caminando con ellos, y los pastores se valen de ellos para lo mismo.
Tenían por mal agüero sacar el fuego para el sacrificio de la fiesta con aquel instrumento; decían que pues se lo negaba el Sol de su mano, estaba enojado de ellos. Toda la carne de aquel sacrificio asaban en público en las dos plazas, y la repartían por todos los que se habían hallado en la fiesta, así Incas como curacas y la demás gente común, por sus grados. Y a los unos y a los otros se la daban con el pan llamado zancu; y éste era el primer plato de su gran fiesta y banquete solemne. Luego traían otra gran variedad de manjares, que comían sin beber entre comida, porque fue costumbre universal de los indios del Perú no beber mientras comían.
De lo que hemos dicho puede haber nacido lo que algunos españoles han querido afirmar, que comulgaban estos Incas y sus vasallos como los cristianos. Lo que entre ellos había hemos contado llanamente: aseméjalo cada uno a su gusto.
Pasada la comida, les traían de beber en grandísima abundancia, que éste era uno de los vicios más notables que estos indios tenían, aunque ya el día de hoy, por la misericordia de Dios y por el buen ejemplo que los españoles en este particular les han dado, no hay indio que se emborrache, sino que lo vituperan y abominan por grande infamia, que si en todo vicio hubiera sido el ejemplo tal, hubieran sido apostólicos predicadores del Evangelio.
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