CAPÍTULO XVI: DEL GANADO MANSO Y LAS RECUAS QUE DE ÉL HABIA

domingo, 26 de mayo de 2013

Capítulo XVI: Del ganado manso y las recuas que de él habia
Los animales domésticos que Dios dio a los indios del Perú, dice el Padre Blas Valera que fueron conforme a la condición blanda de los mismos indios, porque son mansos, que cualquiera niño los lleva donde quiere, principalmente a los que sirven de llevar cargas. Son de dos maneras, unos mayores que otros. En común les nombran los indios con este nombre: llama, que es ganado; al pastor dicen llama míchec; quiere decir: el que apacienta el ganado. Para diferenciarlo llaman al ganado mayor huanacullama, por la semejanza que en todo tiene con el animal bravo que llaman huanacu, que no difieren en nada sino en los colores; que el manso es de todos colores, como los caballos de España, según se ha dicho en otras partes, y el huanacu bravo no tiene más de un color, que es castaño deslavado, bragado de castaño más claro. Este ganado es del altor de los ciervos de España; a ningún animal semeja tanto como al camello, quitado la corcova y la tercia parte de la corpulencia; tiene el pescuezo largo y parejo, cuyo pellejo desollaban los indios cerrado, y lo sobaban con sebo hasta ablandarlo y ponerlo como curtido, y de ello hacían las suelas del calzado que traían; y porque no era curtido, se descalzaban al pasar de los arroyos y en tiempos de muchas aguas, porque se les hace como tripa en mojándose. Los españoles hacían de ello riendas muy lindas para sus caballos, que parecen mucho a las que traen de Berbería; hacían asimismo correones y guruperas para las sillas de camino, y látigos y acciones para la cinchas y sillas jinetas. Demás de esto sirve aquel ganado a indios y a españoles de llevarles sus mercaderías dondequiera que las quieren llevar, pero donde más comúnmente andan y mejor se hallan, por ser la tierra llana, es desde el Cozco a Potocchi, que son cerca de doscientas leguas, y de otras muchas partes van y vienen a aquellas minas con todo el bastimento, ropa de indios, mercaderías de España, vino y aceite, conservas y todo lo demás que en ellas se gastan; principalmente llevan del Cozco la yerba llamada cuca.
En mis tiempos había en aquella ciudad, para este acarreto, recuas de a seiscientas, de a ochocientas, de a mil y más cabezas de aquel ganado. Las recuas de a quinientas cabezas abajo no se estimaban. El peso que lleva es de tres a cuatro arrobas; las jornadas que caminan son de a tres leguas, porque no es ganado de mucho trabajo; no le han de sacar de su paso porque se cansa, y luego se echa en el suelo y no hay como levantarlo, por cosas que le hagan, ni le quiten la carga; pueden luego desollarlo, que no hay otro remedio. Cuando porfían a levantarlos y llegan a ellos para alzarles, entonces se defienden con el estiércol que tienen en el buche, que lo traen a la boca y lo escupen al que más cerca hallan, y procuran echárselo en el rostro antes que en otra parte. No tienen otras armas con qué defenderse, ni cuernos como los ciervos; con todo esto les llaman los españoles carneros y ovejas, habiendo tanta diferencia del un ganado a otro como lo que hemos dicho. Para que no lleguen a cansarse, llevan en las recuas cuarenta o cincuenta carneros vacíos, y en sintiendo enflaquecer alguno con la carga, se la quitan luego y la pasan a otro, antes que se eche; porque, en echándose, no hay otro remedio sino matarlo. La carne de este ganado mayor es la mejor de cuantas hoy se comen en el mundo; es tierna, sana y sabrosa; la de sus corderos de cuatro, cinco meses mandan los médicos dar a los enfermos, antes que gallinas ni pollos.
En tiempo del visorrey Blasco Núñez Vela, año de mil y quinientos y cuarenta y cuatro y cuarenta y cinco, entre otras plagas que entonces hubo en el Perú, remaneció en este ganado la que los indios llaman carache, que es sarna; fue crudelísima enfermedad, hasta entonces nunca vista; dábales en la bragada y en el vientre; de allí cundía por todo el cuerpo, haciendo costras de dos, tres dedos en alto; particularmente en la barriga, donde siempre cargaba más el mal, hacíansele grietas de dos y tres dedos en hondo, como era el grueso de las costras hasta llegar a las carnes; corría de ellas sangre y materia, de tal manera que en muy pocos días se secaba y consumía la res. Fue mal muy contagioso; despachó, con grandísimo asombro y horror de indios y españoles, las dos tercias partes del ganado mayor y menor, paco y huanacu. De ellas se les pegó al ganado bravo, llamado huanacu y vicuña, pero no se mostró tan cruel con ellos por la región más fría en que andan, y porque no andan tan juntos como el ganado manso. No perdonó las zorras; antes las trató crudelísimamente, que yo vi el año de mil y quinientos y cuarenta y ocho, estando Gonzalo Pizarro en el Cozco, victorioso de la batalla de Huarina, muchas zorras que, heridas de aquella peste, entraban en la ciudad, y las hallaban en las calles y en las plazas, vivas y muertas, los cuerpos con dos, tres y más horados, que les pasaban de un cabo a otro, que la sarna les había hecho, y me acuerdo que los indios, como tan agoreros, pronosticaban por las zorras la destrucción y muerte de Gonzalo Pizarro, que sucedió poco después. A los principios de esta plaga, entre otros remedios desesperados que le hacían, era matar o enterrar viva la res que la tenía, como también lo dice el Padre Acosta, Libro cuarto, capítulo cuarenta y uno, mas, como luego cundió tanto, no sabiendo los indios ni los españoles qué hacer para atajarla, dieron en curarla con fuego artificial, hacían cocimientos de solimán y piedra azufre y de otras cosas violentas, que imaginaban serían a propósito, y tanto más aína moría la res; echábanles manteca de puerco hirviendo: también las mataban muy aína. Hacían otras muchas cosas de que no me acuerdo, mas todas les salían a mal, hasta que poco a poco, probando una cosa y otra, hallaron por experiencia que el mejor remedio era untar las partes donde había sarna con manteca de puerco tibia y tener cuidado de mirar si se rascan en la bragada, que es donde primero les da el mal, para curarlo antes que cunda más; con esto se remedió mucho aquella plaga, y con que la mala influencia se debió de ir aplacando; porque después acá no se ha mostrado tan cruel como a los principios. Por este beneficio que hallan en la manteca tienen precios los puercos, que, según lo mucho que multiplican, valdrían de balde; es de notar que, con ser la plaga tan general, no dio en los venados, corzos ni gamos; deben de ser de otra complexión. Acuérdome también que en el Cozco tornaron por abogado y defensor contra esta plaga a Santo Antonino, que les cupo en suerte, y cada año le hacían gran fiesta; lo mismo será ahora.
Con ser las recuas tan grandes como se ha dicho y los caminos tan largos, no hacen costa alguna a sus dueños, ni en la comida ni en la posada ni en herraje ni aparejos de albarda, jalma ni albardoncillo, pretal, cincha ni gurupera, ni otra cosa alguna de tantas como los arrieros han menester para sus bestias. En llegando a la dormida, los descargan y los echan al campo, donde pacen la yerba que hallan; y de esta manera los mantienen todo el camino, sin darles grano ni paja; bien comen la zara si se la dan; mas el ganado es tan noble, que, aun trabajando, se pasa sin grano; herraje no lo gastan, porque, demás de ser patihendido, tienen pulpejo en pies y manos, y no casco. Albarda ni otro aparejo alguno no lo han menester, porque tienen lana gruesa bastante para sufrir la carga que les echan, y los trajineros tienen cuidado de acomodar y juntar los tercios de un lado y de otro, de manera que la sobrecarga no toque en el espinazo, que es donde le podría matar. Los tercios no van asidos con el cordel que los arrieros llaman lazo; porque, no llevando el carnero jalma ni albarda, podría entrársele el cordel en las carnes, con el peso de la carga. Los tercios van cosidos uno con otro por las arpilleras, y aunque la costura asiente sobre el espinazo, no les hace mal, como no llegue la sobrecarga. Entre dos indios llevan a cargo veinte y cinco carneros para cargar y descargar, por ayudarse el uno al otro, que uno solo no podría valerse, yendo los tercios juntos, como se ha dicho. Los mercaderes llevan sus toldos y los arman en los campos, dondequiera que quieren parar a dormir, y echan dentro de ellos la mercadería; no entran en los pueblos a dormir, porque sería cosa muy prolija llevar y traer el ganado del campo. Tardan en el viaje del Cozco a Potocchi cuatro meses, dos en ir y dos en volver, sin lo que se detienen para el despacho de la mercadería. Valía en el Cozco un carnero escogido diez y ocho ducados, y los desechados a doce y a trece. La principal mercancía que de aquella ciudad llevaban era la yerba cuca y ropa de vestir de los indios. Todo lo que hemos dicho pasaba en mi tiempo, que yo lo vi por mis ojos; no sé ahora cómo pasa; traté con muchos de los que iban y venían; hubo algunos caminos que vendieron a más de treinta pesos ensayados el cesto de la cuca. Con llevar mercancías de tanto valor y volver cargados de plata con treinta, cuarenta, cincuenta y cien mil pesos, no recelaban los españoles, ni los indios que las llevaban, dormir en el campo, sin otra compañía ni más seguridad que la de su cuadrilla; porque no tenían ladrones ni salteadores. La misma seguridad había en los tratos y contratos de mercaderías fiadas, o las cosechas que los vecinos tenían de sus rentas o empréstitos de dineros, que, por grandes que fuesen las partidas de la venta o del préstamo, no había más escritura ni más conocimiento ni cédula por escrito que sus palabras, y éstas se guardaban inviolablemente. Acaeció muchas veces jugar un español la deuda que otro, que estaba ausente y lejos, le debía, y decir al que se la ganaba: "Diréis a fulano que la deuda que me debe, que os la pague a vos, que me la ganasteis". Y bastaba esto para que el ganador fuese creído y cobrase la deuda, por grande que fuese; tanto como esto se estimaba entonces la palabra de cada uno para creer y ser creído, fuese mercader, fuese vecino señor de indios, fuese soldado, que en todos había este crédito y fidelidad y la seguridad de los caminos, que podía llamarse el siglo dorado; lo mismo entiendo que habrá ahora.
En tiempo de paz, que no había guerra, muchos soldados, muy caballeros y nobles, por no estar ociosos, entendían en este contrato de ir y venir a Potocchi con la yerba cuca y ropa de indios, y la vendían en junto y no por menudo; de esta manera era permitido a los hombres, por nobles que fuesen, el tratar y contratar con su hacienda; no había de ser en ropa de España, que se vende por varas y en tienda de asiento. Muchos de ellos holgaban de ir con su hacienda, y, por no caminar al paso de los carneros, llevaban un par de halcones y perros perdigueros y galgos y su arcabuz, y mientras caminaba la recua a su paso corto, se apartaban ellos a una mano o a otra del camino e iban cazando; cuando llegaban a la dormida, llevaban muertas una docena de perdices o un huanacu o vicuña o venado; que la tierra es ancha y larga y tiene de todo. De esta manera se iban holgando y entreteniendo a ida y a vuelta, y así era más tomar ocasión de cazar y holgarse que de mercadear; y los vecinos poderosos y ricos se lo tenían a mucho a los soldados nobles que tal hacían. El Padre Joseph de Acosta, Libro cuarto, capítulo cuarenta y uno, dice mucho en loor de este ganado mayor y de sus provechos.
Del ganado menor, que llaman pacollama, no hay tanto que decir, porque no son para carga ni para otro servicio alguno, sino para carne, que es poco menos buena que la del ganado mayor, y para lana, que es bonísima y muy larga, de que hacen su ropa de vestir de las tres estofas que hemos dicho, con colores finísimos, que los indios las saben dar muy bien, que nunca desdicen. De la leche del un ganado ni del otro no se aprovechaban los indios, ni para hacer queso ni para comerla fresca; verdad es que la leche que tienen es poca, no más de la que han menester para criar sus hijos. En mis tiempos llevaban quesos de Mallorca al Perú, y no otros; y eran muy estimados. A la leche llaman ñuñu, y a la teta llaman ñuñu y al mamar dicen ñuñu, así al mamar de la criatura como al dar a mamar de la madre. De los perros que los indios tenían, decimos que no tuvieron las diferencias de perros castizos que hay en Europa; solamente tuvieron de los que acá llaman gozques; había los grandes y chicos: en común les llaman allco, que quiere decir perro.

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