Capítulo XV: De la preciada hoja llamada cuca y del tabaco
No será razón dejar en olvido la yerba que los indios llaman cuca y los españoles coca, que ha sido y es la principal riqueza del Perú para los que la han manejado en tratos y contratos; antes será justo se haga larga mención de ella, según lo mucho que los indios la estiman, por las muchas y grandes virtudes que de ella conocían antes y muchas más que después acá los españoles han experimentado en cosas medicinales. El Padre Blas Valera, como más curioso y que residió muchos años en el Perú y salió de él más de treinta años después que yo, escribe de las unas y de las otras como quien vio la prueba de ellas; diré llanamente lo que Su Paternidad dice, y adelante añadiré lo poco que dejó de decir, por no escribir largo, desmenuzando mucho cada cosa. Dice, pues: "La cuca es un cierto arbolillo de altor y grosor de la vid; tiene pocos ramos, y en ellos muchas hojas delicadas, del anchor del dedo pulgar y el largo como la mitad del mismo dedo, y de buen olor, pero poco suave; las cuales hojas llaman cuca indios y españoles. Es tan agradable la cuca a los indios, que por ella posponen el oro y la plata y las piedras preciosas; plántanla con gran cuidado y diligencia y cógenla con mayor; porque cogen las hojas de por sí, con la mano, y las secan al Sol, y así seca la comen los indios, pero no la tragan; solamente gustan del olor y pasan el jugo. De cuánta utilidad y fuerza sea la cuca para los trabajadores, se colige de que los indios que la comen se muestran más fuertes y más dispuestos para el trabajo; y muchas veces, contentos con ella, trabajan todo el día sin comer. La cuca preserva el cuerpo de muchas enfermedades, y nuestros médicos usan de ella hecha polvos, para atajar y aplacar la hinchazón de las llagas; para fortalecer los huesos quebrados; para sacar el frío del cuerpo o para impedirle que no entre; para sanar las llagas podridas, llenas de gusanos.
Pues si a las enfermedades de afuera hace tantos beneficios, con virtud tan singular, en las entrañas de los que la comen ¿no tendrá más virtud y fuerza? Tiene también otro gran provecho, y es que la mayor parte de la renta del Obispo y de los canónigos y de los demás ministros de la Iglesia Catedral del Cozco es de los diezmos de las hojas de la cuca; y muchos españoles han enriquecido y enriquecen con el trato y contrato de esta yerba; empero algunos, ignorando todas estas cosas, han dicho y escrito mucho contra este arbolillo, movidos solamente de que en tiempos antiguos los gentiles, y ahora algunos hechiceros y adivinos, ofrecen y ofrecieron la cuca a los ídolos; por lo cual, dicen, se debía quitar y prohibir del todo. Ciertamente fuera muy buen consejo si los indios hubieran acostumbrado a ofrecer al demonio solamente esta yerba. Pero si los antiguos gentiles y los modernos idólatras sacrificaron y sacrifican las mieses, las legumbres y frutos que encima y debajo de la tierra se crían, y ofrecen su brebaje y el agua fría y la lana y los vestidos y el ganado y otras muchas cosas, en suma, todo cuanto tienen, y como todas no se les deben quitar, tampoco aquélla. Deben doctrinarles que, aborreciendo las supersticiones, sirvan de veras a un solo Dios y usen cristianamente de todas aquellas cosas". Hasta aquí es del Padre Blas Valera.
Añadiendo lo que falta, para mayor abundancia, decimos que aquellos arbolillos son del altor de un hombre; para plantarlos echan la semilla en almácigo, como las verduras; hácenles hoyos, como para las vides; echan la planta acodada, como la vid; tienen gran cuenta con que ninguna raíz, por pequeña que sea, quede doblada, porque basta para que la planta se seque. Cogen la hoja, tomando cada rama de por sí entre los dedos de la mano, la cual corren con tiento hasta llegar al pimpollo: no han de llegar a él porque se seca toda la rama; la hoja de la haz y del envés, en verdor y hechura, es ni más ni menos que la del madroño, salvo que tres o cuatro hojas de aquéllas, por ser muy delicadas, hacen tanto grueso como una de las del madroño. Huelgo mucho de hallar en España cosas tan apropiadas a que comparar las de mi tierra, y que no las haya en ella, para que allá y acá se entiendan y conozcan las unas por las otras. Cogida la hoja, la secan al sol; no ha de quedar del todo seca porque pierde mucho del verdor, que es muy estimado, y se convierte en polvo, por ser tan delicada, ni ha de quedar con mucha humedad, porque en los cestos donde la echan para llevarla de unas partes a otras, se enmohece y se pudre; han de dejarla en un cierto punto, que participe de uno y de otro; los cestos hacen de cañas hendidas, que las hay muchas y muy buenas, gruesas y delgadas, en aquellas provincias de los Antis; y con las hojas de las cañas gruesas, que son anchas de más de una tercia y largas de más de media vara, cubren por de fuera los cestos, porque no se moje la cuca, que la ofende mucho el agua; y con un cierto género de cáñamo, que también lo hay en aquel distrito, enredan los cestos. Considerar la cantidad que de cada cosa de éstas se gasta para el beneficio de la cuca es más para dar gracias a Dios, que así lo provee todo, dondequiera que es menester, que para lo escribir, por ser increíble. Si todas estas cosas o cualquiera de ellas se hubiera de llevar de otra parte, fuera más el trabajo y la costa que el provecho. Cógese aquella yerba de cuatro meses, tres veces al año, y si escardan bien y a menudo la mucha yerba que con ella se cría de continuo, porque la tierra en aquella región es muy húmeda y muy caliente, se anticipa más de quince días cada cosecha; de manera que viene a ser casi cuatro cosechas al año; por lo cual, un diezmero codicioso, de los de mi tiempo, cohechó a los capataces de las heredades más ricas y principales que había en el término del Cozco porque tuviesen cuidado de mandar que las escardasen a menudo; con esta diligencia quitó al diezmero del año siguiente las dos tercias partes del diezmo de la primera cosecha; por lo cual nació entre ellos un pleito muy reñido, que yo, como muchacho, no supe en qué paró. Entre otras virtudes de la cuca se dice que es buena para los dientes.
De la fuerza que pone al que la trae en la boca, se me acuerda un cuento que oí en mi tierra a un caballero en sangre y virtud que se decía Rodrigo Pantoja, y fue que caminando del Cozco a Rímac topó a un pobre español (que también los hay allá pobres como acá), que iba a pie y llevaba a cuestas una hijuela suya de dos años; era conocido del Pantoja, y así se hablaron ambos. Díjole el caballero: "¿Cómo vais así cargado?" Respondió el peón: "No tengo posibilidad para alquilar un indio que me lleve esta muchacha, y por eso la llevo yo". Al hablar del soldado, le miró Pantoja la boca y se la vió llena de cuca; y como entonces abominaban los españoles todo cuanto los indios comían y bebían, como si fueran idolatrías, particularmente el comer la cuca, por parecerles cosa vil y baja, le dijo: "Puesto que sea así le que decís de vuestra necesidad ¿por qué coméis cuca, como hacen los indios, cosa tan asquerosa y aborrecida de los españoles?" Respondió el soldado: "En verdad, señor, que no la abominaba yo menos que todos ellos, mas la necesidad me forzó a imitar los indios y traerla en la boca; porque os hago saber que si no la llevara, no pudiera llevar la carga; que mediante ella siento tanta fuerza y vigor que puedo vencer este trabajo que llevo". Pantoja se admiró de oírle, y contó el cuento en muchas partes, y de allí adelante daban algún crédito a los indios, que la comían por necesidad y no por golosinas y así es de creer, porque la yerba no es de buen gusto. Adelante diremos cómo la llevan a Potocsí y tratan y contratan con ella.
Del arbolillo que los españoles llaman tabaco y los indios sayri, dijimos en otra parte. El doctor Monardes escribe maravillas de él. La zarzaparrilla no tiene necesidad que nadie la loe, pues bastan para su loor las hazañas que en el mundo nuevo y viejo ha hecho y hace contra las bubas y otras graves enfermedades. Otras muchas yerbas hay en el Perú de tanta virtud para cosas medicinales, que, como dice el Padre Blas Valera, si las conocieran todas no hubiese necesidad de llevarlas de España ni de otras partes; mas los médicos españoles se dan tan poco por ellas, que aun de las que antes conocían los indios se ha perdido la noticia de la mayor parte de ellas. De las yerbas, por su multitud y menudencia, será dificultoso dar cuenta; baste decir que los indios las comen todas, las dulces y las amargas, de ellas crudas, como acá las lechugas y los rábanos, de ellas en sus guisados y potajes, porque son el caudal de la gente común, que no tenían abundancia de carne y pescado como los poderosos; las yerbas amargas, como son las hojas de las matas que llaman sunchu y de otras semejantes, las cuecen en dos, tres aguas y las secan al sol y guardan para el invierno, cuando no las hay; y es tanta la diligencia que ponen en buscar y guardar las yerbas para comer, que no perdonan ninguna, que hasta las ovas y los gusarapillos que se crían en los ríos y arroyos sacan y aliñan para su comida.
No será razón dejar en olvido la yerba que los indios llaman cuca y los españoles coca, que ha sido y es la principal riqueza del Perú para los que la han manejado en tratos y contratos; antes será justo se haga larga mención de ella, según lo mucho que los indios la estiman, por las muchas y grandes virtudes que de ella conocían antes y muchas más que después acá los españoles han experimentado en cosas medicinales. El Padre Blas Valera, como más curioso y que residió muchos años en el Perú y salió de él más de treinta años después que yo, escribe de las unas y de las otras como quien vio la prueba de ellas; diré llanamente lo que Su Paternidad dice, y adelante añadiré lo poco que dejó de decir, por no escribir largo, desmenuzando mucho cada cosa. Dice, pues: "La cuca es un cierto arbolillo de altor y grosor de la vid; tiene pocos ramos, y en ellos muchas hojas delicadas, del anchor del dedo pulgar y el largo como la mitad del mismo dedo, y de buen olor, pero poco suave; las cuales hojas llaman cuca indios y españoles. Es tan agradable la cuca a los indios, que por ella posponen el oro y la plata y las piedras preciosas; plántanla con gran cuidado y diligencia y cógenla con mayor; porque cogen las hojas de por sí, con la mano, y las secan al Sol, y así seca la comen los indios, pero no la tragan; solamente gustan del olor y pasan el jugo. De cuánta utilidad y fuerza sea la cuca para los trabajadores, se colige de que los indios que la comen se muestran más fuertes y más dispuestos para el trabajo; y muchas veces, contentos con ella, trabajan todo el día sin comer. La cuca preserva el cuerpo de muchas enfermedades, y nuestros médicos usan de ella hecha polvos, para atajar y aplacar la hinchazón de las llagas; para fortalecer los huesos quebrados; para sacar el frío del cuerpo o para impedirle que no entre; para sanar las llagas podridas, llenas de gusanos.
Pues si a las enfermedades de afuera hace tantos beneficios, con virtud tan singular, en las entrañas de los que la comen ¿no tendrá más virtud y fuerza? Tiene también otro gran provecho, y es que la mayor parte de la renta del Obispo y de los canónigos y de los demás ministros de la Iglesia Catedral del Cozco es de los diezmos de las hojas de la cuca; y muchos españoles han enriquecido y enriquecen con el trato y contrato de esta yerba; empero algunos, ignorando todas estas cosas, han dicho y escrito mucho contra este arbolillo, movidos solamente de que en tiempos antiguos los gentiles, y ahora algunos hechiceros y adivinos, ofrecen y ofrecieron la cuca a los ídolos; por lo cual, dicen, se debía quitar y prohibir del todo. Ciertamente fuera muy buen consejo si los indios hubieran acostumbrado a ofrecer al demonio solamente esta yerba. Pero si los antiguos gentiles y los modernos idólatras sacrificaron y sacrifican las mieses, las legumbres y frutos que encima y debajo de la tierra se crían, y ofrecen su brebaje y el agua fría y la lana y los vestidos y el ganado y otras muchas cosas, en suma, todo cuanto tienen, y como todas no se les deben quitar, tampoco aquélla. Deben doctrinarles que, aborreciendo las supersticiones, sirvan de veras a un solo Dios y usen cristianamente de todas aquellas cosas". Hasta aquí es del Padre Blas Valera.
Añadiendo lo que falta, para mayor abundancia, decimos que aquellos arbolillos son del altor de un hombre; para plantarlos echan la semilla en almácigo, como las verduras; hácenles hoyos, como para las vides; echan la planta acodada, como la vid; tienen gran cuenta con que ninguna raíz, por pequeña que sea, quede doblada, porque basta para que la planta se seque. Cogen la hoja, tomando cada rama de por sí entre los dedos de la mano, la cual corren con tiento hasta llegar al pimpollo: no han de llegar a él porque se seca toda la rama; la hoja de la haz y del envés, en verdor y hechura, es ni más ni menos que la del madroño, salvo que tres o cuatro hojas de aquéllas, por ser muy delicadas, hacen tanto grueso como una de las del madroño. Huelgo mucho de hallar en España cosas tan apropiadas a que comparar las de mi tierra, y que no las haya en ella, para que allá y acá se entiendan y conozcan las unas por las otras. Cogida la hoja, la secan al sol; no ha de quedar del todo seca porque pierde mucho del verdor, que es muy estimado, y se convierte en polvo, por ser tan delicada, ni ha de quedar con mucha humedad, porque en los cestos donde la echan para llevarla de unas partes a otras, se enmohece y se pudre; han de dejarla en un cierto punto, que participe de uno y de otro; los cestos hacen de cañas hendidas, que las hay muchas y muy buenas, gruesas y delgadas, en aquellas provincias de los Antis; y con las hojas de las cañas gruesas, que son anchas de más de una tercia y largas de más de media vara, cubren por de fuera los cestos, porque no se moje la cuca, que la ofende mucho el agua; y con un cierto género de cáñamo, que también lo hay en aquel distrito, enredan los cestos. Considerar la cantidad que de cada cosa de éstas se gasta para el beneficio de la cuca es más para dar gracias a Dios, que así lo provee todo, dondequiera que es menester, que para lo escribir, por ser increíble. Si todas estas cosas o cualquiera de ellas se hubiera de llevar de otra parte, fuera más el trabajo y la costa que el provecho. Cógese aquella yerba de cuatro meses, tres veces al año, y si escardan bien y a menudo la mucha yerba que con ella se cría de continuo, porque la tierra en aquella región es muy húmeda y muy caliente, se anticipa más de quince días cada cosecha; de manera que viene a ser casi cuatro cosechas al año; por lo cual, un diezmero codicioso, de los de mi tiempo, cohechó a los capataces de las heredades más ricas y principales que había en el término del Cozco porque tuviesen cuidado de mandar que las escardasen a menudo; con esta diligencia quitó al diezmero del año siguiente las dos tercias partes del diezmo de la primera cosecha; por lo cual nació entre ellos un pleito muy reñido, que yo, como muchacho, no supe en qué paró. Entre otras virtudes de la cuca se dice que es buena para los dientes.
De la fuerza que pone al que la trae en la boca, se me acuerda un cuento que oí en mi tierra a un caballero en sangre y virtud que se decía Rodrigo Pantoja, y fue que caminando del Cozco a Rímac topó a un pobre español (que también los hay allá pobres como acá), que iba a pie y llevaba a cuestas una hijuela suya de dos años; era conocido del Pantoja, y así se hablaron ambos. Díjole el caballero: "¿Cómo vais así cargado?" Respondió el peón: "No tengo posibilidad para alquilar un indio que me lleve esta muchacha, y por eso la llevo yo". Al hablar del soldado, le miró Pantoja la boca y se la vió llena de cuca; y como entonces abominaban los españoles todo cuanto los indios comían y bebían, como si fueran idolatrías, particularmente el comer la cuca, por parecerles cosa vil y baja, le dijo: "Puesto que sea así le que decís de vuestra necesidad ¿por qué coméis cuca, como hacen los indios, cosa tan asquerosa y aborrecida de los españoles?" Respondió el soldado: "En verdad, señor, que no la abominaba yo menos que todos ellos, mas la necesidad me forzó a imitar los indios y traerla en la boca; porque os hago saber que si no la llevara, no pudiera llevar la carga; que mediante ella siento tanta fuerza y vigor que puedo vencer este trabajo que llevo". Pantoja se admiró de oírle, y contó el cuento en muchas partes, y de allí adelante daban algún crédito a los indios, que la comían por necesidad y no por golosinas y así es de creer, porque la yerba no es de buen gusto. Adelante diremos cómo la llevan a Potocsí y tratan y contratan con ella.
Del arbolillo que los españoles llaman tabaco y los indios sayri, dijimos en otra parte. El doctor Monardes escribe maravillas de él. La zarzaparrilla no tiene necesidad que nadie la loe, pues bastan para su loor las hazañas que en el mundo nuevo y viejo ha hecho y hace contra las bubas y otras graves enfermedades. Otras muchas yerbas hay en el Perú de tanta virtud para cosas medicinales, que, como dice el Padre Blas Valera, si las conocieran todas no hubiese necesidad de llevarlas de España ni de otras partes; mas los médicos españoles se dan tan poco por ellas, que aun de las que antes conocían los indios se ha perdido la noticia de la mayor parte de ellas. De las yerbas, por su multitud y menudencia, será dificultoso dar cuenta; baste decir que los indios las comen todas, las dulces y las amargas, de ellas crudas, como acá las lechugas y los rábanos, de ellas en sus guisados y potajes, porque son el caudal de la gente común, que no tenían abundancia de carne y pescado como los poderosos; las yerbas amargas, como son las hojas de las matas que llaman sunchu y de otras semejantes, las cuecen en dos, tres aguas y las secan al sol y guardan para el invierno, cuando no las hay; y es tanta la diligencia que ponen en buscar y guardar las yerbas para comer, que no perdonan ninguna, que hasta las ovas y los gusarapillos que se crían en los ríos y arroyos sacan y aliñan para su comida.
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