Indice - Comentarios Reales
Capítulo XVII: El Inca Viracocha tiene nueva de los enemigos y de un socorro que le viene.
Las grandes hazañas del Inca Viracocha nos obligan y fuerzan a que, dejadas otras cosas, tratemos de ellas. Dijimos al fin de la historia de su padre cómo, dejándolo en Muyna, se volvió al Cozco, apellidando la gente que andaba derramada por los campos, y cómo salió de la ciudad a recibir los enemigos, para morir peleando con ellos, antes que ver las insolencias y torpezas que habían de hacer en las casas y templo del Sol y en el convento de las vírgenes escogidas y en toda aquella ciudad que tenía por sagrada. Ahora es de saber que poco más de media legua de la ciudad, al norte, está un llano grande; allí paró el príncipe Inca Viracocha a esperar la gente que en pos de él salía del Cozco y a recoger los que habían huido por los campos. De los unos y de los otros y de los que trajo consigo, juntó más de ocho mil hombres de guerra, todos Incas, determinados de morir delante de su príncipe. En aquel puesto le llegó aviso que los enemigos quedaban nueve o diez leguas de la ciudad, y que pasaban ya el gran río Apurímac. Otro día después de esta mala nueva, llegó otra buena en favor de los Incas y vino de la parte de Contisuyu, de un socorro de casi veinte mil hombres de guerra que venían pocas leguas de allí en servicio de su príncipe, de las naciones Quechua, Cotapampa, Cotanera y Aymara y otras que por aquellas partes confinaban con las provincias rebeladas.
Los Quechuas, por mucho que hicieron los enemigos por encubrir su traición, la supieron, porque confinan con tierras de los Chancas; y por parecerles el tiempo corto, no quisieron avisar al Inca, por no esperar su mandado, sino que levantaron toda la demás gente que pudieron, con la presteza que la necesidad pedía, y con ella caminaron hacia la ciudad del Cozco, para socorrerla, si pudiesen, o morir en servicio de su Rey; porque estas naciones eran las que se redujeron de su voluntad al imperio del Inca Cápac Yupanqui, como dijimos en su tiempo, y, por mostrar aquel amor, vinieron con este socorro. También lo hicieron por su propio interés, por el odio y enemistad antigua que siempre hubo entre Chancas y Quechuas, de muchos años atrás; y por no volver a las tiranías de los Chancas (si por alguna vía venciesen) llevaron aquel socorro. Y porque los enemigos no entrasen primero que ellos en la ciudad, fueron atajando para salir al norte de ella a encontrarse con los rebelados. Y así llegaron casi a un tiempo amigos y enemigos.
El príncipe Inca Viracocha y todos los suyos se esforzaron mucho de saber que les venía tan gran socorro en tiempo de tanta necesidad, y lo atribuyeron a la promesa que su tío, la fantasma Viracocha Inca, le había hecho cuando le apareció en sueños y le dijo que en todas sus necesidades le favorecía como a su carne y sangre, y buscaría los socorros que hubiese menester; de las cuales palabras se acordó el príncipe viendo el socorro tan a tiempo, y las volvió a referir muchas veces, certificando a los suyos que tenían el favor de su dios Viracocha, pues veían cumplida su promesa; con lo cual cobraron los Incas tanto ánimo, que certificaban por suya la victoria, y, aunque habían determinado de ir a recibir los enemigos y pelear con ellos en las cuestas y malos pasos que hay desde el río Apurímac hasta lo alto de Uillacunca (que por tenerlo alto les tenían ventaja), sabiendo la venida del socorro acordaron estarse quedos hasta que llegasen los amigos para que descansasen y tomasen algún refresco, entretanto que llegaban los enemigos. También le pareció al Inca Viracocha y a sus parientes, los consejeros, que ya que se aumentaban sus fuerzas, no se alejasen de la ciudad, por tener cerca los bastimentos y lo demás necesario para la gente de guerra y para socorrer la ciudad con presteza, si se le ofreciese algún peligro. Con este acuerdo estuvo el príncipe Inca Viracocha en aquel llano, hasta que llegó el socorro, que fue de doce mil hombres de guerra. El príncipe los recibió con mucho agradecimiento del amor que a su Inca tenían, hizo grandes favores y regalos a los curacas de cada nación y a todos los demás capitanes y soldados, loando su lealtad y ofreciendo para adelante el galardón de aquel servicio tan señalado. Los curacas, después de haber adorado a su Inca Viracocha, le dijeron cómo dos jornadas atrás venían otros cinco mil hombres de guerra, que ellos, por venir aprisa con el socorro, no los habían esperado. El príncipe les agradeció de nuevo la venida de los unos y de los otros, y habiéndolo consultado con los parientes, mandó a los curacas que enviasen aviso a los que venían de lo que pasaba, y cómo el príncipe quedaba en aquel llano con su ejército; que se diesen prisa hasta llegar a unos cerrillos y quebradas que allí cerca había, y que en ellos se emboscasen y estuviesen encubiertos hasta ver qué hacían los enemigos de sí. Porque si quisiesen pelear entrarían en el mayor hervor de la batalla y darían en los contrarios por un lado para vencerlos con más facilidad; y si no quisiesen pelear habrían hecho como buenos soldados. Dos días después que llegó el socorro al Inca, asomó por lo alto de la cuesta de Rimactampu la vanguardia de los enemigos; los cuales, sabiendo que el Inca Viracocha estaba cinco leguas de allí, fueron haciendo pausas y pasaron la palabra atrás para que la batalla y retaguardia se diesen prisa a caminar y se juntasen con la vanguardia. De esta manera caminaron aquel día, y llegaron todos juntos a Sacsahuana, tres leguas y media de donde estaba el príncipe Viracocha y donde fue después la batalla de Gonzalo Pizarro y el de la Gasca.
Capítulo XVII: El Inca Viracocha tiene nueva de los enemigos y de un socorro que le viene.
Las grandes hazañas del Inca Viracocha nos obligan y fuerzan a que, dejadas otras cosas, tratemos de ellas. Dijimos al fin de la historia de su padre cómo, dejándolo en Muyna, se volvió al Cozco, apellidando la gente que andaba derramada por los campos, y cómo salió de la ciudad a recibir los enemigos, para morir peleando con ellos, antes que ver las insolencias y torpezas que habían de hacer en las casas y templo del Sol y en el convento de las vírgenes escogidas y en toda aquella ciudad que tenía por sagrada. Ahora es de saber que poco más de media legua de la ciudad, al norte, está un llano grande; allí paró el príncipe Inca Viracocha a esperar la gente que en pos de él salía del Cozco y a recoger los que habían huido por los campos. De los unos y de los otros y de los que trajo consigo, juntó más de ocho mil hombres de guerra, todos Incas, determinados de morir delante de su príncipe. En aquel puesto le llegó aviso que los enemigos quedaban nueve o diez leguas de la ciudad, y que pasaban ya el gran río Apurímac. Otro día después de esta mala nueva, llegó otra buena en favor de los Incas y vino de la parte de Contisuyu, de un socorro de casi veinte mil hombres de guerra que venían pocas leguas de allí en servicio de su príncipe, de las naciones Quechua, Cotapampa, Cotanera y Aymara y otras que por aquellas partes confinaban con las provincias rebeladas.
Los Quechuas, por mucho que hicieron los enemigos por encubrir su traición, la supieron, porque confinan con tierras de los Chancas; y por parecerles el tiempo corto, no quisieron avisar al Inca, por no esperar su mandado, sino que levantaron toda la demás gente que pudieron, con la presteza que la necesidad pedía, y con ella caminaron hacia la ciudad del Cozco, para socorrerla, si pudiesen, o morir en servicio de su Rey; porque estas naciones eran las que se redujeron de su voluntad al imperio del Inca Cápac Yupanqui, como dijimos en su tiempo, y, por mostrar aquel amor, vinieron con este socorro. También lo hicieron por su propio interés, por el odio y enemistad antigua que siempre hubo entre Chancas y Quechuas, de muchos años atrás; y por no volver a las tiranías de los Chancas (si por alguna vía venciesen) llevaron aquel socorro. Y porque los enemigos no entrasen primero que ellos en la ciudad, fueron atajando para salir al norte de ella a encontrarse con los rebelados. Y así llegaron casi a un tiempo amigos y enemigos.
El príncipe Inca Viracocha y todos los suyos se esforzaron mucho de saber que les venía tan gran socorro en tiempo de tanta necesidad, y lo atribuyeron a la promesa que su tío, la fantasma Viracocha Inca, le había hecho cuando le apareció en sueños y le dijo que en todas sus necesidades le favorecía como a su carne y sangre, y buscaría los socorros que hubiese menester; de las cuales palabras se acordó el príncipe viendo el socorro tan a tiempo, y las volvió a referir muchas veces, certificando a los suyos que tenían el favor de su dios Viracocha, pues veían cumplida su promesa; con lo cual cobraron los Incas tanto ánimo, que certificaban por suya la victoria, y, aunque habían determinado de ir a recibir los enemigos y pelear con ellos en las cuestas y malos pasos que hay desde el río Apurímac hasta lo alto de Uillacunca (que por tenerlo alto les tenían ventaja), sabiendo la venida del socorro acordaron estarse quedos hasta que llegasen los amigos para que descansasen y tomasen algún refresco, entretanto que llegaban los enemigos. También le pareció al Inca Viracocha y a sus parientes, los consejeros, que ya que se aumentaban sus fuerzas, no se alejasen de la ciudad, por tener cerca los bastimentos y lo demás necesario para la gente de guerra y para socorrer la ciudad con presteza, si se le ofreciese algún peligro. Con este acuerdo estuvo el príncipe Inca Viracocha en aquel llano, hasta que llegó el socorro, que fue de doce mil hombres de guerra. El príncipe los recibió con mucho agradecimiento del amor que a su Inca tenían, hizo grandes favores y regalos a los curacas de cada nación y a todos los demás capitanes y soldados, loando su lealtad y ofreciendo para adelante el galardón de aquel servicio tan señalado. Los curacas, después de haber adorado a su Inca Viracocha, le dijeron cómo dos jornadas atrás venían otros cinco mil hombres de guerra, que ellos, por venir aprisa con el socorro, no los habían esperado. El príncipe les agradeció de nuevo la venida de los unos y de los otros, y habiéndolo consultado con los parientes, mandó a los curacas que enviasen aviso a los que venían de lo que pasaba, y cómo el príncipe quedaba en aquel llano con su ejército; que se diesen prisa hasta llegar a unos cerrillos y quebradas que allí cerca había, y que en ellos se emboscasen y estuviesen encubiertos hasta ver qué hacían los enemigos de sí. Porque si quisiesen pelear entrarían en el mayor hervor de la batalla y darían en los contrarios por un lado para vencerlos con más facilidad; y si no quisiesen pelear habrían hecho como buenos soldados. Dos días después que llegó el socorro al Inca, asomó por lo alto de la cuesta de Rimactampu la vanguardia de los enemigos; los cuales, sabiendo que el Inca Viracocha estaba cinco leguas de allí, fueron haciendo pausas y pasaron la palabra atrás para que la batalla y retaguardia se diesen prisa a caminar y se juntasen con la vanguardia. De esta manera caminaron aquel día, y llegaron todos juntos a Sacsahuana, tres leguas y media de donde estaba el príncipe Viracocha y donde fue después la batalla de Gonzalo Pizarro y el de la Gasca.
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