Columna de Patricia del Río en el Diario "El Comercio" sobre el caso del Policía César Vilca perdido en la selva y encontrado por su propio padre.
Ecos de muerte
¿Ustedes lo recuerdan? Fue hace veinte años, en Tarata. Acababa de explotar una bomba que había dejado en ruinas varios edificios miraflorinos, y ahí, entre el fuego y los escombros, entre los heridos y los periodistas, un hombre corría gritando “Carlos”, “Carlos”. El llamado era desgarrador y por eso conservamos el recuerdo. Sin embargo, lo más duro de esas imágenes era la impotencia. La desesperación de un padre que buscaba a su hijo entre los restos de la violencia. La locura de quien estaba dispuesto a desafiar a la muerte, a gritos. La soledad de quien avanzaba sin saber qué iba a encontrar, mientras solo una cámara le cubría las espaldas.
Ayer los gritos de otro padre me dejaron la espantosa sensación de que hay desgracias que no van a terminar nunca. “César soy tu padre” “César dónde estás”, vociferaba el señor Dionisio Vilca buscando a su hijo, el suboficial de la Policía César Vilca, desaparecido en le selva del VRAE cuando realizaba un operativo para liberar a los empleados de Camisea secuestrados por Sendero Luminoso. Al igual que el padre de Carlos, en Tarata, el de César, en la selva, invocaba a su hijo con fuerza. También con angustia y algo de esperanza. La aparición del suboficial Luis Astuquillca le había dado fe; le había hecho creer que, a pesar de las declaraciones del terrorista Gabriel, a pesar de los días transcurridos y del olor a muerte que cubre esta historia, César podría estar aún vivo.. Sin embargo; la aparición de Atuquillca, emergido casi como un fantasma de la espesura de la selva, lo había hecho ver también, que a él y a su hijo los habían dejado solos. Que si César lograba sobrevivir sería un milagro operado por su propia chamba.
Porque vamos a decirlo de una vez por todas, el Estado abandonó a César Vilca mucho antes que el helicóptero que emprendió vuelo dejando a tres policías solos enfrentando a toda una columna de terrucos. El Estado los abandonó el día que decidió mandar al VRAE a policías y militares mal vestidos, peor alimentados y, a veces, escasamente preparados. En realidad, los abandonamos todos nosotros cuando se nos hizo normal que murieran jóvenes luchando contra el narcoterrorismo en la selva, mientras aceptábamos sin chistar que inescrupulosos fiscales pretendieran archivar casos como el de los Sánchez Paredes. Los condenamos a muerte el día que nos olvidamos de reclamar por qué cuernos no hay todavía un escáner que detecte cargamento de droga e insumos químicos en los caminos del VRAE. Nos sentamos a verlos morir el día que permitimos que la lucha en el VRAE se convierta en un pretexto para justificar que se pelea contra el narcoterrorismo, cuando cientos de toneladas de droga siguen saliendo por puertos y aeropuertos de nuestro país.
El padre de César Vilca siguió gritando solo en la selva hasta que encontró a su hijo muerto. Y uno tiene la espantosa sensación que su eco se quedará ahí divagando entre los árboles y la humedad para mezclarse con otros gritos lejanos de otros padres desesperados.
0 comentarios:
Publicar un comentario