Articulo de Cesár Hildebrandt sobre el caso de Rosario Ponce y Ciro del Castillo. Caso en donde la prensa peruana hace el papel de juez y verdugo, juzga y condena a una persona sin haberse concluido aún las investigaciones.
Cesár Hildebrandt - La Muerte de Rosario Ponce.
Buscando en Google, Rebeca Diz, encontró algo sorprendente: si en la barra se escribe la frase “Rosario Ponce asesina”, aparecen 838.000 entradas; si se acude a la frase “Rosario Ponce culpable”, aparecen 428.000 posibilidades. Y para el código “Rosario Ponce ninfómana”, los posibles ingresos llegan a 4.930. Nada desdeñable. Se trata de toda una obra maestra del chisme porno, el asesinato simbólico, la cobardía del cargamontón.
Me quito el sombrero. En este país donde los juicios pueden durar años, el linchamiento de la chusma es de vértigo. Una por otra. Todo en este asunto fue novelescamente repulsivo. Una reportera de la tele, por ejemplo, “descubrió” que Rosario Ponce estuvo en un cuarto con televisión en la clínica privada donde debió internarse tras el regreso del Colca.
“Aparentemente tranquila y con unos kilos demás, apareció Rosario Ponce en la gobernación de La Molina”, dijo la periodista de ATV al presentar un informe cargado de tarada malicia. Y luego la misma damisela le pregunta a los padres de la chica: “¿Tres meses se va de viaje su hija y deja al pequeño sólo con ustedes?” La insinuación es clara: mala madre, mala hija, mala amante: asesina en potencia. Es como hacer una sinfonía con una corchea. Es como hacer una mirada valiéndose de una legaña. Aquel informe tenía música a todo volumen y terminaba con esta frase: “¿Qué otros enigmas y misterios existen?” La verdad es que el único enigma era saber si la presentadora tenía 75 y 79 de coeficiente intelectual.
Y el noticiero de ATV no fue el único. Un día, “Buenos días Perú” ( que bien podría llamarse “ Buenas tardes Suiza”) puso el siguiente anzuelo pantalludo: “¿Mataron a Ciro?” El “informe” no tenía nada: ni pistas, ni revelaciones, ni entrevistas. Era un monumento virtual a la nada, a la huelga general del pensar. Una paisana del Colca solía decir: “Vinieron unos gringos y me pidieron un pico y una lampa” ¡Ajá! Un pico y una lampa es, en el dialecto de los reporteros con habilidades diferentes, un ideograma que se traduce como tumba. Y tumba era, en este caso, entierro por lo bajo. O sea: Te jodiste Rosario, nos vemos en la cana.
En “Enemigos públicos” salió un supuesto experto en expresión corporal al decir esta frase criminalmente textual: “No la estoy culpando, no la estoy defendiendo, pero que algo oculta, algo oculta”. Este experto había hecho de cuerpo ante las cámaras y parecía feliz. Todo vale con tal de salir en TV. La TV confirma la existencia, enriquece la hoja de vida, redime a los anónimos, apellida a la vida.
Fue Beto Ortiz el Truman Capote oral de las tinieblas. Fue él quien “consagró” la “teoría” de que se había hallado el DNI de Ciro en el poblado de Madrigal , bajo las cumbres del Colca. “Se tendría la certeza — dijo en resumen este héroe de la noche — que Ciro y Rosario volvieron al poblado de Madrigal y que de allí Ciro habría desaparecido”. La novela negra escrita en una noche por alguien que ha frecuentado la sordidez pero que no tiene derecho a producirla como espectáculo, sobre todo cuando la reputación de terceras personas está en juego.
Canal 2 no podía quedarse en el colchón y compitió enérgicamente. Uno de los rescatistas dijo en su pantalla: “Podría estar preocupada, por lo menos mostrar un poquito de dolor, angustia, molestia…”. Claro, la indiferente era Rosario. Canal 4 puso lo suyo. “Nadie puede decir cuánto calla Rosario Ponce”, dijo “Cuarto Poder” desde la investidura de su rating.
Y ya no hablemos de la prensa chicha, ese puré de chamanismo informativo, supuración sintáctica y pequeñez de todos los propósitos. En el lado de la prensa de más de 50 céntimos, Perú 21 fue rotundo, como casi siempre: “¡Mentirosa!” Y ya está: veredicto que no se apela.
Y luego vino don Ricardo Uceda, el comandante en jefe de la investigación en el Perú. Él fue el autor de un varonil ensayo de la vida sexual extraviada y superlativa de Rosario Ponce. Uceda habló con amigos y enemigos de la universidad donde ella había estudiado para obtener una especie de retrato genital de la señorita en cuestión. La conclusión era que ella candidateaba a ninfómana, era una necesitada crónica y podía romper las camas donde podía yacer de puro gusto. Un Uceda disfrazado de William Masters hizo lo que pocas veces se había visto en la llamada prensa seria. Y así por el estilo. El vampirismo de la prensa peruana encontró una de las yugulares más sabrosas. La vena canalla de la tele se ensaño como nunca.
El problema de Rosario Ponce, es que no lloraba, no estallaba en gritos, no cumplía las normas de la angustia. Hasta que este semanario incurrió en un exceso de sospechas al respecto.
Y también estuvo el asunto del padre de Ciro. Aquejado de un dolor tenaz, el doctor Castillo fingió haber sido un padre ejemplar y un marido impecable al que la fatalidad, disfrazada de precoz mujer fatal, había visitado. No era así: ahora se sabe que la desdicha de su hijo no interrumpió ninguna gran felicidad y que el hogar del doctor Castillo era tan disfuncional como el de la mayoría de la gente roída por el tiempo. Su matrimonio exhausto salió a la luz. Y ahora, convertido en líder del partido del sufrimiento, el doctor Castillo insiste en sus insinuaciones retorcidas.
He escuchado el linchamiento radial de Rosario Ponce, y he visto a la gente de Arequipa convertir el ataúd de Ciro en urna de votación, la muerte en programa de gobierno y la ignorancia en ejecutoria de un corte suprema de los milagros. Y me ha dado pena que el Perú siga siendo, en muchos aspectos, país de plebes fulminantes.
Ciro Castillo murió en una aventura montañera. Lo mató el azar, la arbitrariedad, el no-Dios de las alturas. Pero quien ha querido matar a Rosario Ponce, que cometió el pecado de no morirse al alimón, ha sido esta prensa nuestra que luego reclama por sus estatutos de privilegio. Al cuerno con ella.
Gracias a http://blog.pucp.edu.pe/item/146350/la-muerte-de-rosario-ponce
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